Espadas De Marte by Edgar Rice Burroughs

Espadas De Marte by Edgar Rice Burroughs

autor:Edgar Rice Burroughs [Burroughs, Edgar Rice]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia Ficción
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


CAPÍTULO XIV

HACIA THURIA

Aunque yo había considerado la posibilidad de que nuestro extraño aparato llamara la atención de alguna patrulla, confiaba en poder escapar de la ciudad sin problema. Sabía que abriría fuego si no obedecía sus órdenes, y un solo impacto podría poner término a todos mis planes de alcanzar Thuria y salvar a Dejah Thoris. El armamento de la nave, tal como lo había descrito Fal Silvas, le concedía una superioridad abrumadora frente a cualquier patrullera, mas yo temía enzarzarme en un combate, puesto que un tiro de suerte del enemigo podría ocasionar alguna avería.

Fal Silvas había presumido de la alta velocidad de su obra; así que decidí que, por mucho que me disgustase, huir era el curso de acción más seguro.

Zanda tenía la cara pegada a uno de los numerosos ojos de buey de la nave. El lamento de la sirena de la patrulla era ahora continuo… Una voz horripilante y amenazadora traspasó la noche como una afilada daga.

–Nos están alcanzando, Vandor; y le piden ayuda a otras patrulleras. Probablemente se han fijado en las extrañas líneas de esta nave, y no sólo se ha despertado su curiosidad, sino también su suspicacia.

–¿Qué vamos a hacer? – preguntó la joven.

–Vamos a poner a prueba la potencia del motor de Fal Silvas.

Miré a la inerme esfera de metal situada encima de mi cabeza. ¡Date prisa! ¡Más rápido! ¡Escapa a la persecución de la patrulla!, le comuniqué mentalmente; luego esperé.

No tuve que aguardar mucho. Apenas el mecanismo sensitivo se impregnó de mis pensamientos, percibí el casi inaudito zumbido de los motores al acelerar; mis instrucciones habían sido obedecidas.

–Ya no nos da alcance -gritó excitadamente Zanda-. La estamos dejando atrás.

El rápido ruido de una serie de explosiones llegó a nuestros oídos. Nuestros enemigos habían abierto fuego sobre nosotros y, casi simultáneamente, mezclados con los disparos, oímos a distancia el sonido de otra sirena, avisando que los refuerzos del enemigo se acercaban.

El sonoro choque del aire poco denso de Marte contra las paredes de nuestra nave atestiguaba nuestra terrorífica velocidad. Las luces de la ciudad se desvanecieron rápidamente detrás de nosotros. Los proyectores de las patrulleras se convirtieron en bandas de luces en el cielo estrellado.

Yo desconocía nuestra velocidad, pero probablemente sería de unos 1.350 haads por hora.

Volamos a baja altura sobre el antiguo fondo marino que se extiende al oeste de Zodanga, y después, en cuestión de cinco minutos, no pudieron ser muchos más, nuestra velocidad decreció bruscamente, y divisé a un pequeño volador flotando ociosamente, en el aire, justo delante de nosotros.

Sabía que era la nave en la que me esperaba Jat Or, e indiqué al cerebro que nos colocase a su lado y que se detuviese.

La respuesta de la nave al menor de mis deseos era sobrecogedora; y cuando llegamos a la altura del aparato de Jat Or, y la puerta lateral se abrió, aparentemente por medios sobrenaturales, experimenté una breve sensación de terror, pensando que nos encontrábamos en manos de un Frankenstein sin alma. Y esto a pesar de que todos los movimientos de la nave habían respondido a órdenes mías.



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