Esnob by Elísabet Benavent

Esnob by Elísabet Benavent

autor:Elísabet Benavent [Benavent, Elísabet]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2024-06-04T00:00:00+00:00


27

No me apetece estar aquí

Marieta estaba tumbada en la cama y la luz de la mañana entraba a través de las rendijas de la persiana. Me había quedado a dormir. Habíamos vuelto a hacerlo y, desfallecidos, después de otro asalto maravilloso, me había dicho que, si quería, me quedara en su casa, que le apetecía. Y yo quería, claro. Así que hablamos sobre viajes, sobre las ciudades del mundo que más nos gustaban y nos quedamos dormidos hablando de París. Hacia las cuatro de la mañana la encontré entre las sábanas, me pegué a su cuerpo, le besé el cuello y, en menos de nada, la tenía de nuevo encima de mí. Marieta se mecía desnuda, con los pezones duros, jadeante. Fue un momento onírico, como quien sueña que se folla un hada. Pero despacio. Una vez saciada la sed, uno bebe con más calma, dejando que el paladar también disfrute.

La mañana nos despertó con suavidad. El canto de los pájaros nos acompañó. Un espléndido arcoíris se filtraba a través del cristal y se derramaba sobre la cama en la que nos acariciábamos, pero olvídalo todo porque me lo estoy inventando…

Me desperté solo, abrazado a la almohada en la mastodóntica cama del piso de mis abuelos, con el agradable ruido que uno de mis hermanos hacía al vomitar con una fuerza desmedida. Marieta me había largado de su casa después de follar y ni siquiera podía culparla por hacerlo de malas maneras. Educada, sonriente, dulce y atenta, me dio un vasito de agua para asegurarse de que me largaba, pero con el gaznate hidratado. Pensaba en todo, la muy bruja. ¿Lo peor? Que yo también había usado el «mañana tengo que madrugar» con algún ligue.

Me levanté en calzoncillos y una camiseta, despeinado y legañoso, y me asomé al cuarto de baño de donde procedían los estertores de la muerte para asegurarme de que no tenía que llamar a mi madre para comunicarle el deceso de uno de sus hijos pequeños. Me encontré a Manuel en condiciones en las que nadie quiere a ver a… a nadie.

—Pero ¡tío! —me quejé—. ¿Qué coño bebéis la juventud por las noches? ¿Matarratas? Y, sobre todo, ¡¿cuánto?! Más te vale limpiar todo esto.

—Baja la voz —me pidió entrecerrando los ojos—. Te va a oír. Estoy en este baño y no en el de mi habitación por algo, payaso.

Ah, genial. Hasta el gilipollas de Manuel dormía con los ligues. Yo, sin embargo, hacía excursiones nocturnas por el metro de Madrid. Al menos averigüé que había una opción mucho más rápida que la que usé para la ida: desde Pavones fui hasta Núñez de Balboa en la línea 9 y allí hice trasbordo a la 5 y…, voilà, en veinte minutos estaba en casa, después de escuchar cómo un perroflauta en mallas me contaba cómo había adiestrado a la rata que llevaba sentada en el hombro izquierdo, a la que llamaba Muriel. Perdona lo de «perroflauta». Ya no soy así. Pero es que el tío llevaba unas mallas y una riñonera… y claramente no se dirigía a correr ninguna maratón.



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