Escribo tu nombre by Elena Quiroga

Escribo tu nombre by Elena Quiroga

autor:Elena Quiroga [Quiroga, Elena]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1965-02-02T00:00:00+00:00


XLIII

Tío Juan puso en la gramola, para que yo lo oyera, el Concierto número tres.

—¿Te acuerdas, Beethoven? De pequeñita te gustaba ya. Vamos a ponerle.

Fui a la sala de música con él. Se sentó en el diván, junto a una mesita con pipas y un retrato del abuelo.

—Tú das cuerda. Al terminar la cara, vas dándoles vuelta, así.

Era una lata tener que levantarse. Me había sentado en la silla junto a la gramola, y él, medio tumbado, oía. Echaba la cabeza morena, con el pelo planchado y brillante, hacia atrás, y diría que seguía el Concierto entre labios, como si rezara o tararease, con la mirada totalmente perdida. Me daba apuro mirarle. De repente decía:

—Da la vuelta. Ahora es Andante.

Con la mano iniciaba un amplio cadencioso compás.

—¿Te gusta? Majestuoso…

No lo sabía. No había tenido tiempo de darme cuenta, pendiente de él y de las vueltas del disco. No se podía escuchar así. De pequeña lo oía desde lejos, sola, tumbada de bruces sobre la mesa de la antecocina, castigada. A lo mejor me gustaba porque no era el castigo.

—Mañana pondremos a Mozart. Verás cómo te gusta.

Ni se enteraba de que estaba yo, no era posible. No era posible aquella cara ida, «colgado de las ramas», diría Clota; aquellos labios gruesos, oscuros, entregados, susurrando la partitura. O, a ratos, aquel abotagamiento. Una de las veces me volvió en mí su voz:

—¿Dónde estabas? Que se raya —sonreía, parpadeando⁠—. Dale la vuelta.

Me levanté con un vuelco.

—¿Te habías dormido? ¿Dormías? Es mucho para ti.

No me había dormido. No sabía dónde estaba. Estaba fuera de allí, fuera de mí, pero no me había dado cuenta de qué forma ni dónde. Había sido un instante de nadie, ni de mí misma. Pero estaba segura de no haber dormido.

—Te caes de sueño. Bach es Bach. Vamos a cenar.

Comí en silencio, fastidiada. No era mucho para mí. Tío Juan estuvo todo el rato abstraído, como si siguiera en la música. Salió después de cenar.

—¿Pero a dónde vas ahora, Juan? Hace tan mala noche…

—Al Círculo. A dar una vuelta.

La besó en la frente.

—Hace tan mala noche… Vuelve pronto.

Francisca acompañó a la abuela al cuarto y abrió la puertecita de comunicación.

—Ése ya no viene. Te abro la puerta.

Reía entre dientes.

—Cuando sale a esta hora no viene hasta mañana.

—¿Hasta mañana?

—Hasta mañana, hija. Somos así.

Miré hacia la puerta abierta. Dijo, siguiendo mi mirada:

—No oye, no se entera de nada. Ni aunque se lo grites en la oreja se entera de nada. ¿No te desnudas?

—Tengo que hacer la oración.

Me pareció que se iba a reír, pero dijo de prisa:

—Ay, eso sí que haces bien, la oración de la noche. ¿No la haces de rodillas?

Me empujó con la mano.

—¿También te estorbo para rezar? Pues hija, Sor Dolores rezaba delante de todo el mundo, no le importaba. Eres muy rara tú.

Se volvió desde la puerta de comunicación. Me dijo, metiéndose la mano por el cuello desabrochado de la bata:

—¿Y qué es eso del tío, que ahora le ha dado por ponerte música? ¿O es que te quiere para darle la vuelta a los discos? A tía Concha no va a gustarle nada la novedad.



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