Escribir lo que imagino by Max Aub

Escribir lo que imagino by Max Aub

autor:Max Aub [Aub, Max]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1994-01-01T00:00:00+00:00


LA GRAN GUERRA

A Hugo Latorre Cabal

I

He aquí que ha llegado la hora de restablecer la verdad con las armas del adversario.

Nosotras somos las auténticas serpientes ardientes que Jehová envió para morder al pueblo, como hay prueba fehaciente en su libro.

Nosotras fuimos entonces las vencidas por nuestra representación. Porque Jehová dijo a Moisés: «Hazte una serpiente ardiente y ponía sobre la bandera»: y será que cualquiera que fuere mordido y mirase a ella vivirá.

Fuimos entonces vencidas por nuestra propia imagen, diversión de quien todo lo puede y fuego del de los mil nombres. Mas aquí la impusimos: base y ejemplo de la pirámide.

Y Moisés hizo una serpiente de metal y púsola sobre la bandera; y fue que, cuando una serpiente mordía a alguno; miraba a la serpiente de metal y vivía. Mas aquí no.

Más tarde, dijo San Ambrosio: «Porque la imagen de la cruz es la serpiente de bronce… que era el prototipo del cuerpo de Cristo, de tal modo que, cualquiera que lo mirase, no moriría». Mas aquí somos la representación de nosotras mismas; base y ejemplo de la pirámide.

Partieron los hijos de Israel y asentaron campo en Obeoth. Mas ¿quién se preocupó por saber qué fue de nosotras?

Muchas quedaron en Egipto, miles cerca del mar Bermejo, en la tierra de Edom, cerca del monte de Hor.

Pero la mayor multitud se puso a su vez en camino, siguiendo la gran cintura del mundo, por los mares y los desiertos.

Y unas se quedaron para siempre en el Océano y otras, para siempre, en la India —base de Buda— y otras, las más, llegaron hasta aquí.

Decid dónde existe el culto de las serpientes: Donde las hay. En su reino. En Egipto y en México. En la India. Porque nosotras somos la base y el ejemplo de la pirámide. Donde hay pirámides, hay serpientes.

Somos la representación universal, la de Cristo, la del Sol; en Egipto, en Mesopotamia, aquí, centro de nuestro reino.

Nadie es más antiguo que nosotras, en el peinado de Isis, en el centro de Osiris —figura del Todopoderoso.

Somos la tierra y el agua, que sólo nosotras sabemos cómo son —la tierra y el agua— a todo lo largo de nuestro cuerpo frío.

Somos la eternidad y su representación, la base misma del espíritu de esta tierra pasajera, que no tendría conciencia de sí si no fuese por nosotras.

Somos el bien y el mal, el sol y la inteligencia. ¿Quién se atreve hoy a llamarnos, todavía, reptiles o tarasca?

Somos la culebra de Esculapio —amarilla, gris o negra—, hija de los terrenos pedregosos y de la maleza.

Somos la culebra de las cuatro rayas grises —rojo sangre y el vientre azul y los bordes de los escudos amarillos.

Somos la culebra leopardina —parda clara caoba—, con puntos pequeños en forma de medias lunas negras.

Somos la culebra viperina —gris oscura y amarilla—, del viejo mundo.

Somos la culebra negra frenética —azulado abdomen ceniciento de cuello claro— del norte de América.

Somos las coralillos —anillos rojos, amarillos y negros—, tan respetables y la verde serpiente arbórea, esbelta, que los de Siam llaman rayos del sol, restituyéndonos nuestro origen.



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