Erik Vogler 2: En muerte en el balneario by Beatriz Osés

Erik Vogler 2: En muerte en el balneario by Beatriz Osés

autor:Beatriz Osés
La lengua: spa
Format: epub
editor: Edebé
publicado: 2014-03-15T00:00:00+00:00


Capítulo XV

Úrsula Goldberg

Mientras Albert sonreía embobado a la desconocida, Erik pulsaba en la fotografía del chihuahua de color marrón que aparecía en Internet. El retrato canino formaba parte de un extenso reportaje, publicado en una revista de la prensa rosa, sobre una multimillonaria suiza llamada Úrsula Goldberg, viuda del empresario austríaco Thomas Goldberg, que había fallecido muchos años atrás.

–¡¡Es ella!! –exclamó impresionado mientras pasaba de una a otra fotografía y leía de forma apresurada algunos fragmentos de la información–. ¡Albert, ya sé de quién se trata!

Pero Zimmer no reaccionaba, ni pestañeaba. Estaba ausente. Así que no le quedó más remedio que levantarse de la silla para entorpecer su visión.

–¿Qué haces, Vogler? –renegó–. ¡Muévete!…

Sin embargo, el chico se mantuvo firme. Tenía una expresión triunfal en su rostro.

–¿Se puede saber qué mosca te ha picado?… ¿Por qué no te tomas tu zumito y me dejas en paz?

–No hay tiempo para tus conquistas, Zimmer… Por si aún no te has enterado, estamos en peligro –le advirtió en plan sabelotodo.

–¿Estamos? –preguntó sarcástico–. No te confundas… En todo caso, estás en peligro –matizó señalándole con el dedo–. A mí no han intentado matarme, ni me persiguen para que devuelva una valiosa antigüedad. Y, por cierto –agregó para rematar–, te agradecería mucho que te echaras hacia un lado. ¿Me harías el favor?

Mientras discutían, la bella joven se levantó de la silla para abandonar la terraza con una mujer que debía de ser su madre.

–¡Se marcha!… –suspiró poniéndose en pie y apartando de un empujón a Erik.

Pero, antes de alejarse demasiado, la chica giró su blanco cuello y le dedicó una ligera sonrisa. Albert le devolvió el gesto ocultando sus largos colmillos. Bastaron dos minutos para verla desaparecer.

–¿Satisfecho, Vogler? –le preguntó irritado mientras se volvía a sentar.

–Me has decepcionado –comenzó en tono de reprimenda–. Ya entiendo cuáles son tus prioridades. ¿Te da igual que me hayan amenazado de muerte?

–Vogler…

–¡No, no me interrumpas! ¡Déjame hablar!… Aquí ha ocurrido un crimen espantoso. Han envenenado a una multimillonaria suiza pero a ti te importa un bledo. Por si fuera poco, han estado a punto de estrangularme y me persiguen porque creen que he robado un camafeo. ¡Y, tú –le reprochó–, tú solo piensas en seducir a una pelirroja de bote!

–¿De bote?

–Sí, teñida –replicó enfurruñado.

–¿Y tú cómo lo sabes?

–Me fijé en sus cejas; son de distinto color.

–¡Ah!…

–Y ahora yo también me marcho –le provocó–. Nunca sabrás por qué me susurró 'Taormina' antes de morir. ¡Jamás te lo diré! –prometió con el orgullo herido.

–Venga, siéntate.

–¡No!

–Todo el mundo nos mira –murmuró entre dientes.

–¡Me da igual!

–De acuerdo, como quieras, lárgate… Ya estoy harto de tus chorradas. No pienso responsabilizarme de ti. Si te apuñalan en la sauna o te ahogan en una bañera de hidromasaje, no es asunto mío. ¿Te ha quedado claro?

Aquellas palabras lo sobrecogieron. ¿Saldría con vida del balneario o moriría asesinado como la multimillonaria del chihuahua de pelo corto? Aparentando que el discurso de Zimmer no le había afectado, se dirigió de nuevo a su silla sin perder la compostura.

–Está bien, me tomaré mi zumo de naranja.



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