Entre lo dulce y lo amargo by Pilar Cabero

Entre lo dulce y lo amargo by Pilar Cabero

autor:Pilar Cabero [Cabero, Pilar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2012-09-26T04:00:00+00:00


19

Isabel, impaciente, volteó el joyero sobre su cama y esparció el contenido.

—¿Dónde está? —preguntó a la habitación vacía—. ¿Dónde?

Empezaba a ponerse nerviosa. Llevaba un buen rato buscando el colgante de oro y topacios que su padre le había regalado. Siempre lo guardaba en el joyero, al menos la mayoría de las veces, y no estaba. ¿Dónde podría estar?

Su hermano la había invitado a acompañarles, a él y a Rosa Blanca, a dar un paseo por la playa y no deseaba demorar más la partida, pero no quería marcharse sin haber dado con el colgante.

Lo peor de todo era no saber desde cuándo le faltaba, pues no se lo había puesto en varios días. Su padre se iba a llevar una desilusión cuando se enterase de que lo había perdido.

—Tiene que estar por alguna parte. No ha podido desaparecer así como así —masculló, guardando el resto de sus joyas en el cofrecito.

Llamaron a la puerta y Rosa Blanca asomó la cabeza.

—Venía a ver qué te retrasaba… —comentó al entrar, con una sonrisa.

—No encuentro el colgante de topacios que me regaló mi padre —anunció Isabel, frunciendo el entrecejo. Su futura cuñada perdió el color—. No te preocupes, querida, seguro que al final aparece. No es la primera vez que extravío alguna cosa. —Se alzó de hombros—. Será mejor que bajemos antes de que mi hermano cambie de opinión y decida salir de paseo él solo. Me apetece mucho ir a la playa.

De camino a la puerta de entrada, se encontraron con la criada, que subía a las habitaciones cargada con ropa recién planchada.

—Bernarda, ¿has visto mi colgante de topacios por algún lado? —preguntó Isabel.

—No, señorita, no lo he visto. ¿Acaso no está en vuestro joyero? —inquirió, deteniéndose en mitad de la escalera; la cara, colorada por el esfuerzo—. Luego buscaré por ahí. Seguro que lo habréis dejado olvidado en algún sitio.

—No lo sé, Bernarda. No se lo digas a nadie. No quiero que mi padre se disguste —solicitó la joven, antes de terminar de bajar las escaleras.

—Ay, señorita, deberíais tener más cuidado con vuestras cosas —la amonestó la criada, agitando la cabeza con desaprobación—. A vuestro padre le entristecerá saber que habéis perdido su último regalo.

—Por eso, Bernarda, tú no le dirás nada, ¿verdad? —suplicó Isabel, componiendo un gesto de pena, digno de una actriz de teatro.

Pese a que la criada continuó su camino murmurando por lo bajo, ella sabía que no diría nada.

—Rosa Blanca, a ti te pido lo mismo. No quiero que se sepa que lo he perdido. Por favor, no digas nada a nadie.

La prometida de su hermano se limitó a negar con la cabeza, un tanto pálida.

Sabina entró en la pañería dispuesta a comprar tela para hacerse un vestido. Estaba cansada de remendar los que tenía. El dinero que le había dado la señora María le vendría muy bien para hacerse con un buen retal. Se lo había ganado.

Esperó a que el dueño atendiera a un par de mujeres, que miraban un excelente paño verde para una capa.



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