Entre el mundo y yo by Ta-nehisi Coates

Entre el mundo y yo by Ta-nehisi Coates

autor:Ta-nehisi Coates
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencias sociales, Memorias
publicado: 2015-01-01T00:00:00+00:00


I’m just a playa like that, my jeans were sharply creased.

I got a fresh white T-shirt and my cap is slightly pointed east.

[Soy un tío elegante, mis vaqueros tienen la raya marcada.

Tengo una camiseta blanca y limpia y la gorra un poco ladeada hacia el este].

Cené con un amigo. El restaurante era del tamaño de dos salas de estar grandes. Las mesas estaban pegadas las unas a las otras, y para sentarte, la camarera tenía que poner en práctica una especie de magia, apartando una mesa y luego encajándote en el hueco, como si fueras una criatura en una trona. Había que invocarla para usar el lavabo. Cuando llegó la hora de pedir la comida, la llamé con mi francés catastrófico. Ella asintió con la cabeza y no se rio. No nos dedicó ninguna amabilidad falsa. Nos bebimos una botella de vino increíble. Yo comí filete. Comí baguette con tuétano. Comí hígado. Me tomé un expreso y un postre que no puedo ni pronunciar. Usando todas las palabras francesas que fui capaz de recordar, intenté decirle a la camarera que la comida era magnífica. Ella me interrumpió en inglés: «La mejor de tu vida, ¿verdad?». Me levanté para irme, y a pesar de haberme zampado la mitad de la carta, me sentí ligero como una pluma. Al día siguiente me levanté temprano y crucé la ciudad a pie. Visité el Museo Rodin. Paré en un restaurante, y con todo el miedo de un muchacho que se acerca a una chica hermosa en una fiesta, me pedí primero dos cervezas y después una hamburguesa. Fui andando a los Jardines de Luxemburgo. Debían de ser las cuatro y media de la tarde. Tomé asiento. Los jardines estaban abarrotados de gente, nuevamente todos con sus costumbres ajenas. En aquel momento se adueñó de mí una extraña soledad. Tal vez fuera porque llevaba todo el día sin pronunciar una sola palabra de inglés. Tal vez fuera porque nunca antes me había sentado en unos jardines públicos, ni siquiera había sabido que era algo que quisiera hacer. Y por todos lados me rodeaba gente que lo hacía con regularidad.

Se me ocurrió que realmente estaba en un país ajeno y, sin embargo, de forma necesaria, yo estaba fuera de su país. En América yo formaba parte de una ecuación, por mucho que aquella parte no me gustara. Yo era el único al que la gente paraba en la calle Veintitrés en medio de un día de trabajo. Era el único al que llevaban en coche a La Meca. Yo no era solamente un padre, sino el padre de un chico negro. No solamente estaba casado, sino que era el marido de una mujer negra, un símbolo cargado de connotaciones del amor negro. Sin embargo, sentado en aquel jardín, era por primera vez un extranjero, un marinero; sin tierra y desconectado. Y lamentaba no haber sentido nunca antes aquella soledad tan concreta; no haberme sentido nunca tan lejos de los sueños de los demás. De pronto sentía



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