En legítima defensa by Rock Miller

En legítima defensa by Rock Miller

autor:Rock Miller
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
publicado: 1992-12-31T23:00:00+00:00


CAPITULO 7

LARRY se encargó de responder a todas las preguntas que el sheriff y sus agentes quisieron hacernos acerca de Owen y de nuestras relaciones en los meses en que convivimos con él.

Al final, todo el mundo estuvo de acuerdo en que se trataba de un ajuste de cuentas de alguno de los supervivientes de la banda que capitaneaba Andy Casavates y que Owen denunció años atrás.

—Si quiere que le sea sincero —dijo el sheriff cuando dio por terminado el interrogatorio—, lamento que no tenga usted nada que ver con esta muerte.

Larry, como primera respuesta sacudió la ceniza de su cigarro en un gesto de insolente provocación. Después sonrió con cinismo y repuso:

—No le soy simpático, ¿verdad?

—No.

Me fijé en que el sheriff tenía aire de fatiga. Debajo de las axilas se le veían grandes redondeles de sudor.

—¿Puedo preguntarle por qué, sheriff?

—Puede preguntármelo, pero no me voy a tomar la molestia de contestarle. De sobra conoce los motivos por los cuales no me resulta usted simpático.

—¿Lo que acaba de decir es un insulto, sheriff?

La pregunta no la hizo Larry. La hice yo y creo que fui el primer sorprendido. No comprendía cómo había sido capaz de sacudir aquella aplastante indiferencia que me embargaba.

El de la estrella plateada y sus dos agentes me miraron con curiosidad, como si me descubrieran en aquel momento.

—Tú lo mejor que puedes hacer es tomarte el biberón si es que aún no lo has hecho —dijo uno de ellos.

Sentí un súbito calor en el rostro. Di un paso al frente y quedé a muy pocas pulgadas del hombre.

—¡Me gustaría responderle en igualdad de condiciones! —grité en un acceso de furia.

Por la causa que fuera, la mirada burlona y conmiserativa del agente del sheriff se transformó en otra más cautelosa, más penetrante. Sus manos se acercaron a las culatas y las mías hicieron lo mismo. Era como un juego, como uno de los entrenamientos a los que Owen nos había sometido en los últimos tiempos y en los que, según él, había recibido un sobresaliente. No tenía miedo y la muerte, en forma de onza de plomo introduciéndose en mi pecho, se me antojaba tan irreal que no me atemorizaba lo más mínimo.

—¡Quietos! —gritó el sheriff con el ceño fruncido—. ¡Voy a creer que tiene usted menos sentido común que el chico, Palmer!

El llamado Palmer masticó unas palabras que no entendí, sin dejar de mirar con gesto amenazador.

—En cuanto a ti, gallito —trató de apoyar una de sus manos en mi hombro, pero yo la sacudí de un brusco manotazo que le agrió más aún el gesto—, lo mejor será que tengas menos nervios si quieres vivir muchos años, aunque los individuos de tu ralea soléis convertiros en abono de la tierra mucho antes de lo normal. Mi consejo, el último que pienso daros, es que os vayáis cuanto antes de San Antonio. El cementerio se está quedando pequeño a marchas forzadas y preferimos enterrar en él a los conocidos.

Cuando nos quedamos solos, Larry soltó una alegre carcajada.

—¡Te has portado como un hombre! —dijo—.



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