En la ratonera by Nourse Alan E

En la ratonera by Nourse Alan E

autor:Nourse, Alan E. [Nourse, Alan E.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia Ficción
editor: Vértice
publicado: 2013-04-15T04:00:00+00:00


Durante el quinto período de avance el terreno empezó a cambiar. Parecía el mismo, pero de cuando en cuando uno lo sentía diferente. En dos ocasiones noté que mis ruedas patinaban, al tiempo que el motor lanzaba un aullido de protesta. Luego, súbitamente, el Bug pareció saltar. Yo aceleré y no sucedió nada.

Podía ver el oscuro polvillo gris que saltaba por encima de los cubos de las ruedas, espeso y tenaz, esparciéndose alrededor cuando las ruedas daban la vuelta. Comprendí entonces lo que había sucedido cuando las ruedas patinaron. Unos minutos después el tractor fue enganchado a mi coche y me sacaron del atasco. Aquello parecía un espeso barro gris, pero era en realidad un hoyo de plomo fundido que ardía bajo una suave capa de cenizas.

Desde entonces avancé con más cautela. Nos adentrábamos en una zona cuya superficie había sufrido reciente actividad. La superficie era realmente traidora. Pensé entonces que acaso hubiera sido mejor que el mayor hubiese aprobado el plan de McIvers sobre lo de un explorador avanzado. La cosa habría sido más peligrosa para ese individuo, pero yo andaba ahora a ciegas y esto no me gustaba.

Un error de juicio nos podía hundir a todos, pero yo no pensaba mucho en los demás. Estaba preocupado por mí, muy preocupado. Pensaba: “Esto lo debía hacer McIvers y no yo”. No era muy caritativo mi pensamiento; lo sabía, pero no podía remediarlo.

Fueron unas ocho horas de prueba, y luego dormimos poco. De nuevo en los Bugs, avanzamos aún más lentamente —sobre una ancha llanura que mostraba una telaaraña de profundas grietas—, yendo continuamente hacia atrás y hacia adelante, en un esfuerzo por mantener los coches sobre sólida roca. Yo no podía ver el terreno que se extendía delante de mí a causa del polvo amarillo que se alzaba de las grietas, así que me sentía bastante fastidiado.

De pronto, observé que la superficie por la que avanzaba caía bruscamente unos seis pies más allá de una ancha grieta. Grité a los otros que se detuvieran. Luego acerqué mi Bug un poco y miré hacia la hondonada. Era ancha y profunda. Fui cincuenta metros hacia la derecha y luego cincuenta más hacia la izquierda.

Tan sólo había un lugar, que ofrecía débiles posibilidades de ser cruzado. Era una estrecha banda de materia gris que corría como una rampa a lo largo del fallo. Mientras la observaba, sentí que la corteza sobre la que se hallaba mi Bug temblaba y que a pocos pies se abría una grieta.

La voz del mayor resonó en mis oídos.

—¿Qué pasa, Peter?

—No lo sé. Esta corteza parece que corre sobre patines —le contesté.

—¿Qué hay sobre esa banda?

Yo titubeé.

—Me da miedo, mayor. Vamos a retroceder a ver si encontramos un camino mejor.

En mis auriculares se oyó una exclamación de disgusto y el Bug de McIvers empezó de pronto a andar. Pasó por delante de mí y ganó velocidad, con McIvers inclinado sobre el volante como un corredor de carreras. Se dirigía directamente a la franja gris.

Un grito quedó ahogado en mi garganta.



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