En el reino del toro sagrado by Jordi Soler

En el reino del toro sagrado by Jordi Soler

autor:Jordi Soler [Soler, Jordi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2024-02-08T00:00:00+00:00


Después de aquella primera cena en el restaurante de Puebla, en la que Artemisa empezó de verdad a calibrar su poderío, la relación entre el griego y Teodorico cambió radicalmente. A partir de entonces, el único activo de su socio que le interesaba al señor era su hija. Desde la mañana siguiente, el griego comenzó a notar la nueva distribución de las fuerzas, Teodorico dejó de atender personalmente sus asuntos, empezaron a contestarle el teléfono, y a resolver las particularidades de las operaciones, una caterva de asistentes que lo ponían furibundo porque aquello era tanto como despojarlo de golpe del poder que le daba la intimidad con el jefe.

El helicóptero aparecía solo cuando iba a recoger a Artemisa, ni siquiera observaba el señor la cortesía de bajarse, el motor permanecía en marcha mientras la niña cruzaba el jardín para subirse a ese pájaro endemoniado que, según Rosamunda, se la llevaba a Mictlán, el mundo de los muertos. ¿De los muertos?, se mofaba Artemisa cuando la criada la prevenía contra el señor. Todo lo contrario, decía, me lleva a los mejores restaurantes, que están llenos de gente muy viva. ¡Allá tú!, se exaltaba Rosamunda, ese hombre es el diablo, ¡es Mictlantecuhtli!, yo lo he visto con mis propios ojos, ¡allá tú!

Al principio, el griego no quería resignarse a la nueva situación, sabía lo mucho que apreciaba el señor su compañía, y a los asistentes que lo atendían prefirió mirarlos como un arreglo temporal, pero llegó el momento en el que tuvo que aceptar la realidad, había menospreciado la autonomía de Artemisa, su poder de seducción y su enorme talento para manipular pero quizá, especulaba el griego con una desagradable frialdad, podía tener en ella un caballo de Troya, una infiltrada en la intimidad del señor, y eso tenía que dejarle algún rédito. Así que una tarde, antes de que el helicóptero aterrizara en el jardín, llamó a Artemisa a su despacho y le pidió que intercediera por él ante el señor, pídele que me reciba en el palacio de Acayucan, le dijo. Lo que alcance yo a sacarle a Teodorico va a ser para ti, tú te vas a quedar con todo cuando yo me muera, lo que vas a hacer por mí en realidad lo harás por ti, argumentó el griego con una angustia mal disimulada. Ya veré si viene al caso pedirle eso, no prometo nada, le respondió Artemisa. El griego enfureció, dio un puñetazo en el escritorio y comenzó a gritonear una dolorida letanía contra los hijos malagradecidos, contra las crías de la tarántula que devoran el cuerpo de su propia madre. Ella se levantó, le dedicó una larga mirada desafiante y salió del despacho, lo dejó gritoneando solo, sabía exactamente dónde estaba situada y de qué lado se decantaba el poder. El griego se sintió agraviado, traicionado por su propia hija. ¿Traicionado?, lo que no quiero es participar de tus enjuagues, que me utilices para llegar al señor, reviró antes de echarse a andar por el pasillo.



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