En aquel valle by Corín Tellado

En aquel valle by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1960-12-31T16:00:00+00:00


VII

Ella giró en redondo y dijo a Tommy:

—Sígame, haga el favor.

Atravesaron la mansión y salieron hacia la terraza. Una vez en ella, Olivia hizo girar el catalejo y lo enfocó hacia los bosques. La tala había sido suspendida. Los hombres se hallaban diseminados por el bosque, unos sentados en el tronco, otros rodeando a un hombre que, destacando de todos, parecía hablar con energía.

—Mire aquí, Tommy —dijo Olivia.

El médico obedeció.

—¿Quién es ese hombre? Me refiero al que habla. ¿Lo conoce usted? Parece que trata de convencer a los demás.

Tommy dejó el catalejo y encendió un cigarrillo. Y al tiempo de expeler el humo, exclamó:

—Es Jerry Muxó.

—¿El capataz? —se extrañó.

—El mismo.

Olivia, pensativa, volvió a mirar por el catalejo. Lo soltó con energía, y, hundiendo las manos en los bolsillos del pantalón, se quedó mirando a Tommy con el ceño fruncido.

—Por lo que observo, amigo mío, Jerry Muxó está levantando huelga entre los obreros. Vamos al despacho —añadió de súbito—. He de hacer alguna observación.

Tommy la siguió dócilmente. Sentía admiración por aquella muchacha de esbelto talle y ojos ardientes, que tenían el color de la miel. Él nunca se había enamorado, y sentía que de pronto algo le ligaba a aquella joven. Algo muy distinto a lo que sintió por mujer alguna.

Llegaron al despacho, en silencio. Olivia abrió un cajón y sacó un grueso libro. Por espacio de varios minutos lo recorrió con los ojos. Sin levantarlos, dijo:

—Tommy, ese hombre llamado Jerry Muxó tiene un salario doble que los demás.

—Lo sé.

—¿Lo sabe usted?

—Naturalmente, Olivia. Fui yo quien se lo señaló.

—Lo cual indica que no está conforme. Y no solo no lo está él, sino que siembra la discordia entre los demás —cerró el libro con brusquedad y se dejó caer en un sillón. Echó la cabeza atrás y tamborileó con los dedos sobre la mesa—. Tommy —dijo como si siguiera el curso de sus pensamientos—, hace solo dos meses yo era una muchacha feliz en Los Ángeles. No poseía un centavo. Ganaba para vivir, y si había de comprarme un traje, tenía que hacer equilibrios. Dormía en una habitación con una sola cama, una silla y un armario insuficiente para colgar mi ropa. Comía en la primera cafetería que me salía al paso al volver de la farmacia… ¿Se da usted cuenta?

—Me la doy —admitió el pecoso doctor, sin pestañear—, pero no sé a dónde va usted a parar.

—Era feliz —exclamó Olivia rotundamente—. No poseía nada, excepto mi trabajo, pero era feliz.

—¿Y bien?

—Cuando supe que había muerto mi tía Catalina, a la cual no recordaba ya, y me había dejado heredera universal de su fortuna, sentí una honda felicidad.

—Es… lógico, ¿no?

—Tal vez. Pero me doy cuenta de que he perdido la felicidad, y lo que es peor, la tranquilidad. ¿Y sabe usted por qué?

—Pues…

—No lo sabe. Se lo voy a decir. A mí las tradiciones y los sentimentalismos me importaron siempre un bledo. No soy impresionable. Nunca lo fui. Cuando entré por primera vez en esta casa, me sentí…, ¿cómo le diré?, sobrecogida.



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