Emilia Galotti by Gotthold Ephraim Lessing

Emilia Galotti by Gotthold Ephraim Lessing

autor:Gotthold Ephraim Lessing [Lessing, Gotthold Ephraim]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Teatro, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1772-04-22T16:00:00+00:00


ACTO CUARTO

La misma escena.

ESCENA PRIMERA

El príncipe, Marinelli

EL PRÍNCIPE (saliendo de la habitación de Emilia).—¡Venga, Marinelli! Necesito recuperarme… y que me aclare…

MARINELLI.—¡Oh, qué furiosa estaba la madre! ¡Ja, ja, ja!

EL PRÍNCIPE.—¿Se ríe?

MARINELLI.—Si usted hubiera visto, príncipe, lo enfurecida que se ha puesto la madre, aquí, en esta sala… ¡Ya ha debido de oír sus gritos! Y se ha tranquilizado de golpe cuando le ha visto a usted… ¡Ja, ja! Sé perfectamente que no hay madre que quiera arrancar los ojos a un príncipe, porque éste encuentre bonita a su hija.

EL PRÍNCIPE.—¡Es usted un mal observador! La hija ha caído desmayada en brazos de su madre. Por eso se ha olvidado de su rabia, no por mí. Por respeto a su hija, no a mí, no ha alzado la voz, no ha dicho más claramente… lo que yo mismo prefiero no haber oído ni entendido.

MARINELLI.—¿A qué se refiere, señor?

EL PRÍNCIPE.—¿Para qué fingir? Hablemos claro. ¿Es cierto o no es cierto?

MARINELLI.—¡Y aunque lo fuera!

EL PRÍNCIPE.—¿Aunque lo fuera? Luego, ¿es cierto? ¿Está muerto? ¿Muerto? (Amenazante). ¡Marinelli! ¡Marinelli!

MARINELLI.—¿Y bien?

EL PRÍNCIPE.—¡Por Dios! ¡Por el Dios justiciero, que yo soy inocente de esta sangre! Si me hubiera dicho antes que esto le costaría la vida al conde… ¡No, no! ¡Aunque me hubiera costado mi propia vida!

MARINELLI.—¿Si se lo hubiera dicho antes? ¡Como si su muerte hubiera estado en mi plan! Le había recomendado encarecidamente a Angelo que evitara cualquier daño a nadie. Todo habría sucedido sin la menor violencia, si el conde no se hubiera permitido iniciarla. Fue él quien mató a uno de un tiro sin rodeos.

EL PRÍNCIPE.—¡Ciertamente, debería habérselo tomado a broma!

MARINELLI.—Entonces Angelo montó en cólera y vengó la muerte de su compañero…

EL PRÍNCIPE.—¡Realmente, es lo más natural!

MARINELLI.—Bastante se lo he recriminado ya.

EL PRÍNCIPE.—¿Recriminado? ¡Qué amable! Adviértale que si se deja sorprender en mi territorio, puede que mi recriminación no sea tan amable.

MARINELLI.—¡Muy bien! Yo y Angelo; intención y casualidad: da lo mismo. Aunque fue la condición previa, fue pactado previamente que no se me haría responsable de ninguno de los accidentes que se pudieran producir…

EL PRÍNCIPE.—Que se pudieran producir… ¿Pudieran, dice usted? ¿O debieran?

MARINELLI.—¡Cada vez mejor! Pero, señor, antes de que resuma en una sola palabra el concepto que tiene de mí, permítame una reflexión. La muerte del conde me es totalmente indiferente. Yo le había retado, él me debía una reparación; se ha ido de este mundo sin habérmela ofrecido y mi honor queda mancillado. Admitiendo que en otras circunstancias yo pudiera dar lugar a la sospecha que usted abriga contra mí, pero en estas… (Con afectado furor). ¡Quien se atreva a pensar esto de mí…!

EL PRÍNCIPE (cediendo).—Bueno, bueno…

MARINELLI.—¡Sólo quisiera que estuviera vivo, que todavía viviera! Por ello daría todo lo que tengo en este mundo…, (amargamente) incluso daría por ello la gracia de mi príncipe, esta inestimable gracia que por ningún otro motivo me dejaría perder…

EL PRÍNCIPE.—Entiendo. Bueno, bueno. Su muerte fue un accidente, un puro accidente. Usted me lo asegura y yo me lo creo… Pero ¿quién más? ¿También la madre? ¿También Emilia? ¿También el mundo?

MARINELLI (frío).



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