Emanuel Quint by Gerhart Hauptmann

Emanuel Quint by Gerhart Hauptmann

autor:Gerhart Hauptmann [Hauptmann, Gerhart]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Filosófico
editor: ePubLibre
publicado: 1890-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo XV

Un domingo fue a ver a Quint la hermana Hedwig, la enfermera evangelista que le atendió durante su estancia en la clínica. Le llevó a la pequeña cabaña del pastor, frente al corral de las ovejas, y donde, por ser día festivo, habían acudido unos veinte campesinos en busca de ayuda para sus dolencias. Los perros del pastor se revolvían furiosamente en las perreras, pero dejaron de ladrar cuando se acercó el loco con la hermana Hedwig, quienes se dirigieron al pastor, que estaba curando la pierna rota de un jornalero. Le saludaron y el pastor les dijo unas palabras de bienvenida al mismo tiempo que les pidió que le ayudasen, lo que en el acto hizo la hermana Hedwig con la habilidad de una profesional, mientras Emanuel escuchaba a las mujeres que le explicaban sus dolencias. El pastor miró a Quint y luego a la hermana, diciéndole con los ojos que se fijase en el loco, pues el pastor dudaba de su cordura. Entonces la hermana vio que hasta el de la pierna rota sólo miraba a Emanuel Quint.

La hermana conocía la paciencia de Quint, pues le había atendido durante su enfermedad, y Emanuel aceptó sus dolencias con resignación. Ella se sentía atraída por él, debido acaso al mudo calor que emanaba de su alma, y que ella tenía por simple agradecimiento. Pero al mismo tiempo, quizá porque era joven, sentía algo en su interior, como si le naciera en el corazón. Ella sabía los rumores que circulaban acerca de él, pero como nunca le había oído el menor disparate, aunque todos le atribuían tantos, pensó que de él emanaba una luz extraña, una fuerza sobrenatural.

Hedwig se sintió feliz cuando Emanuel se ofreció para acompañarla hasta su casa, y atravesaron algunos campos, él a su lado y sin decir nada. Quizá se debería decir que era ella quien iba al lado de él. Cuando llegaron al patio de la escuela que dirigía el padre de la joven desde hacía treinta años, Hedwig sintió que el corazón le latía. Emanuel fue recibido con sincera cordialidad por los padres de la muchacha.

El maestro Krause tenía cincuenta y tres años; era un hombre de aspecto sano y juvenil, decidido e ingenioso. A su esposa, por el contrario, se la veía achacosa y gordinflona. En medio de la sala de estar había un viejo piano, y junto a la pared un armonio. El señor Krause, con su bordado casquete en el cogote, se levantó del sofá al entrar su hija y Quint. Bastaron unos minutos para que Emanuel Quint se sintiese como en su propia casa. Hedwig se había quitado el gorro de enfermera y se metió en la cocina para ayudar a su madre a preparar la cena. Luego llegó Marie, la hermana menor de Hedwig, con su vestido claro, su sombrero de paja y un libro en la mano. Antes de la cena el maestro se sentó al piano y Marie se situó a su lado, cantando sencillas canciones populares con bella y delicada voz y sin la menor afectación.



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