Ellas y el sexo by Rocío Castrillo

Ellas y el sexo by Rocío Castrillo

autor:Rocío Castrillo
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Erótico
publicado: 2014-08-09T22:00:00+00:00


Furor veraniego

LA ilusión del amor inundó el corazón de Katty ese verano. El protagonista fue un psiquiatra al que ya conocía y con el que creyó haber entablado una relación seria. Fiel a su teoría de que los hombres no eligen como compañeras de viaje a las mujeres que han conquistado sin esfuerzo, dejó que la primera noche pasara sin que nada surgiera entre ellos. Tal como el caballero le había prometido, le ofreció un sencillo pijama de algodón blanco, un cepillo de dientes y la condujo hasta un confortable dormitorio. Tampoco él insistió en seducirla.

—Tengo la impresión de que no te apetece que me meta contigo en la cama, pero si necesitas cualquier otra cosa me encontrarás en la habitación contigua —le dijo antes de obsequiarla con un casto beso de despedida.

Por toda respuesta, ella le dirigió una sonrisa. Estaba rendida y durmió como un lirón. El hombre entró en su dormitorio por la mañana y se sentó al borde de la cama donde descansaba. La miró con ternura y la despertó de la misma forma con que la había despedido: un casto beso.

—Tengo que irme. No me gusta llegar tarde a ningún sitio y menos al trabajo —le susurró al oído en tono tierno. Katty abrió los ojos al escuchar sus palabras.

—Te he dejado el desayuno en la mesa de la cocina —prosiguió. Tienes café recién hecho y agua caliente en el termo, por si prefieres té.

—No te preocupes. Me visto en un santiamén y bajo contigo.

—No, por favor. Disfruta tranquila del desayuno. Lo había preparado para ambos, aunque imaginaba que seguirías dormida. Ya me he tomado mi parte, así que ahora te toca a ti. La primera comida del día es la más importante.

—Y no tienes tiempo para esperarme, claro.

—No, ya te lo he dicho. Cuanto termines, cierras la puerta y te marchas. O te quedas, como gustes.

—Tu casa es muy acogedora y no me importaría, pero también tengo cosas que hacer —le contestó en tono complaciente.

—Bueno, adiós —se despidió.

Tomó su mano derecha, la besó y salió apresuradamente de la alcoba.

Katty sintió sus pasos rápidos y escuchó el ruido de la puerta de la vivienda al cerrarse. Que El Psiquiatra la hubiera dejado sola en casa le parecía buena señal. Significaba que confiaba en ella y sonrió complacida. Se levantó, se lavó la cara y se dirigió a la cocina. En la mesa había un servicio de café y varios yogures; un cesto con bollos tapado con una servilleta; pan, mantequilla y mermelada. Todo estaba dispuesto con esmero, como para hacerle una fotografía. Se sintió muy feliz. Sin duda, su nuevo galán era una una persona fina y pulcra; ese detalle le gustaba... Devoró buena parte del copioso desayuno y se marchó enseguida.

Volvieron a quedar en los días y las semanas siguientes, y ella a dormir en su casa. De forma similar a la primera vez, nada íntimo ocurrió entre los dos. A la tercera no fue la vencida, que no llegó hasta la cuarta cita. Habían estado en el cine y después, cenando.



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