El vuelo de la libélula by Gabriela Exilart

El vuelo de la libélula by Gabriela Exilart

autor:Gabriela Exilart [Exilart, Gabriela]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-09-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 37

En el pueblo se tejían cientos de historias en torno a los dos hombres que habían aparecido estrangulados. Y todas terminaban en Clara Torres de Encinas. Que había matado a su marido porque tenía un amante, que el amante se había enojado porque le había descubierto un romance con un preso, que el preso la había mandado a matar porque tenía que ver con su pasado y que la venganza había salido mal y así varias combinaciones más en las que la joven viuda siempre llevaba las de perder.

Iván, el periodista de El Fueguino, había empezado a escribir una columna de cuentos policiales inspirados en las andanzas de la viuda, y sus historias ayudaban a aumentar el imaginario popular.

Fausto era el único que estaba convencido de que Clara no había matado a nadie, aunque ella había estado en las escenas del hecho en un caso y en el otro estaba vinculada a la víctima por el matrimonio. Pero todos los indicios la señalaban a ella, y el broche hallado en la mano del muerto no hacía sino afirmar las sospechas.

Las autoridades locales se preguntaban dónde estaba la viuda y si bien no habían ordenado su búsqueda la misma era inminente. Fue así que el doctor Rivera decidió adelantarse y confiar en el buen tino del jefe de policía, a quien le conocía de sobra los pliegues como para saber de qué manera tenerlo, si bien no dominado, neutralizado al menos un tiempo.

Por eso fue a verlo y se encerró con él a solas en su despacho. Le confió que él sabía dónde estaba la viuda, que había sido brutalmente golpeada por el muerto y que había sobrevivido gracias a que alguien la había encontrado.

—Me imagino que ese “alguien” es su protegido —dijo el jefe de policía.

—Se imagina bien. Warhu la encontró en la playa, casi muerta. —El recuerdo del estado de Clara le hizo hervir la sangre—. Esa mujer no pudo haber matado a nadie, y menos con sus manos. —Inclinó el cuerpo hacia adelante—. Ese sujeto intentó violarla. —Ante la mirada interrogativa del policía añadió—: No, no lo hizo, seguramente ella se defendió con la piedra que había junto al cuerpo. Tuvo suerte.

—¿Y Warhu?

Fausto se puso de pie de un salto y apoyó las manos sobre el escritorio antes de vociferar:

—¡Usted bien sabe que ese muchacho es incapaz de matar a alguien! El sujeto ya estaba muerto cuando él llegó.

—Tranquilícese, doctor, no estoy acusándolo. Pero convengamos en que debió avisar.

—Encuentre al culpable y deje en paz a mi familia. —Giró para salir.

—No se vaya, doctor —intentó el jefe de policía con tono sereno—. Quiero hablar con la señora de Encinas, cuando se reponga, claro está.

Fausto salió y se topó con Roger, quien al ver su gesto disgustado lo interceptó.

—¿Pasa algo?

—Pasa, que tu jefe cree que Clara Torres mató a ese hombre.

—Todos los indicios llevan a esa hipótesis —Roger encendió un cigarro—, aunque yo no creo que haya sido ella. Pero si la mujer no aparece es porque algo oculta.



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