El viajero perdido by Cesar Mallorqui

El viajero perdido by Cesar Mallorqui

autor:Cesar Mallorqui [Mallorqui, Cesar]
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Juvenil, Aventuras
publicado: 2005-01-01T00:00:00+00:00


Rapsodia IV

Cuantos probaron este fruto, dulce como la miel, ya no querían llevar noticias ni volverse; antes deseaban permanecer con los lotófagos, comiendo loto, sin acordarse de volver a la patria.

HOMERO, La Odisea

Se llamaban Daniel, Gabriel y Rafael. Los tres lucían enmarañadas barbas, los tres llevaban el pelo muy largo (aunque Rafael y Daniel estaban bastante calvos), los tres rondarían los cincuenta años de edad y los tres eran hippys. También eran muy amables; con la excusa de que nuestro coche se había estropeado, les pedimos que nos llevaran al pueblo más próximo y ellos accedieron al instante, sin mostrar la menor desconfianza. Así que nos acomodamos en los asientos de atrás y Rafael, que era el conductor, arrancó. En el radiocasete sonaba música pop de los setenta.

—El pueblo más cercano está a unos cuarenta y cinco kilómetros de aquí —dijo Daniel.

—Pero no creo que encontréis ningún sitio donde pasar la noche —dijo Gabriel.

—Son las cinco de la madrugada; todo el mundo estará durmiendo —dijo Rafael.

—Nuestra granja está cerca —prosiguió Daniel—, y tenemos camas de sobra. Si queréis, podéis pasar la noche allí y mañana por la mañana os acercamos al pueblo.

—Vaya, muchas gracias —repuso Homero—, pero no quisiéramos molestar...

—Oh, no es ninguna molestia —dijo Daniel.

—De ninguna manera —agregó Gabriel.

—Para nada —concluyó Rafael.

Así que aceptamos pasar la noche en su granja, a la que habían llamado Campo de Fresas en homenaje, supongo, a John Lennon. Mientras nos dirigíamos allí, Daniel lió un cigarrillo con algo que evidentemente no era tabaco, lo encendió, le dio un par de profundas caladas y nos lo ofreció.

—¿Queréis? —preguntó—. Es marihuana orgánica, cultivada por nosotros.

—No, gracias —dijo Homero—. Me da dolor de cabeza.

—Paso —rechacé yo.

—Ya me gustaría, colegas —suspiró Abilio—, Huele dabuti, pero cuando me hice budista, comprendí que mi cuerpo era un templo y que no debía profanarlo con drogas.

—¿Eres budista? —preguntó Rafael.

—Sí, tronco. Mi nombre tibetano es Jinpa Tulku.

—¡Fantástico! —exclamó Daniel.

—A nosotros nos chifla la mística oriental —intervino Gabriel.

—Sí —asintió Abilio— es de puta madre el rollo oriental.

—¿Practicas la meditación? —preguntó Daniel.

—Naturaca...

—¿Y recitas mantras? —preguntó a su vez Gabriel.

—Tos los días —respondió Abilio.

—Ornmmmm... —exclamó de pronto Rafael.

—Mane... —dijo Daniel.

—Padme... —dijo Gabriel.

—Hum —completó Abilio.

Y entonces, aquellos tres pirados y Abilio se pusieron a recitar el sagrado mantra om mane padme hum con decidido entusiasmo. Unos minutos más tarde, cuando finalmente se callaron, Abilio preguntó:

—¿Sois jipis, tíos?

—Seguidores del movimiento de las flores —asintió Daniel.

—De la paz... —apuntó Gabriel.

—Y del amor —completó Rafael.

—Joé, qué demasiao —comentó Abilio—. Creí que ya no quedaban.

—Somos muy pocos —dijo Daniel—, pero resistimos y nos mantenemos fieles a nuestros ideales.

Según nos contaron mientras le daban sucesivas caladas al porro, se conocieron en Ibiza en 1972 y desde entonces nunca se habían separado. Pasaron unos años recorriendo el mundo —India, Nepal, Grecia, Malta...— y en 1979, cuando regresaron a España, montaron con otros cinco colgados una comuna en los terrenos de Campo de Fresas. Se dedicaban a cultivar la tierra y a confeccionar artesanía, viviendo con sencillez en plena naturaleza. Demasiada sencillez



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