El viaje del perdón a Glen Orchy by Anne Perry

El viaje del perdón a Glen Orchy by Anne Perry

autor:Anne Perry [Perry, Anne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Intriga, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2003-01-01T00:00:00+00:00


Segunda parte

—Da la impresión de que hemos llegado a un callejón sin salida —observó con frialdad Vespasia—. Tal vez cada una debería hacer lo que le parezca correcto. Yo voy a Ballachulish, o hasta donde pueda llegar. Te habrás dado cuenta de que, de momento, hay muy poca nieve.

Isobel se mordió el labio y desvió la vista.

—Siempre te sales con la tuya, ¿verdad? —dijo en voz baja y temblorosa, pero era imposible saber si se debía a la ira o al miedo—. ¡Tienes dinero, belleza y un título, y sabes muy bien cómo usarlos, por los cielos!

Sin mirarla, salió de la habitación y Vespasia oyó sus pasos alejarse por el pasillo.

Vespasia se quedó sola. ¿Acaso era cierto lo que había dicho Isobel? ¿Estaba tan mimada, tan protegida de la realidad de las vidas ajenas? No cabía duda de que poseía una gran belleza, era imposible que no lo supiera. Si el espejo no se lo hubiera revelado, la envidia de las mujeres y la adoración de los hombres lo habrían hecho. Era divertido, claro, pero ¿de qué servía? Dentro de unos años, su belleza se marchitaría, y quienes sólo la estimaban por eso la abandonarían por la nueva belleza del momento, más joven, más fresca.

Y sí, tenía dinero. Admitía que desconocía el deseo de los bienes materiales. ¿Y un título? Eso también. Abría todo tipo de puertas que siempre estarían cerradas a los demás. ¿Estaba mimada? ¿Carecía de verdadera imaginación o compasión? ¿Carecía de energía, porque nunca había sido puesta a prueba?

¡No, eso no era cierto! Roma había puesto a prueba hasta el último gramo de su energía. Isobel nunca sabría lo que ella hubiese dado por quedarse con Mario, pese a sus diferencias ideológicas: el republicanismo de él y la lealtad monárquica de ella; la pasión revolucionaria de él y la fe de ella en las antiguas y bellas costumbres que habían demostrado su valía a lo largo de los siglos. Por encima de todo se imponían las carcajadas de Mario, su ternura, su valentía para vivir o morir por sus ideales. Tan diferente de la bondad vulgar y prosaica de su marido, que le concedía libertad pero dejaba su alma vacía.

Pero eso no tenía nada que ver con Isobel, y nunca lo sabría. Era su viaje de expiación, no el de Vespasia.

Se pusieron en marcha nada más terminar de desayunar. Los criados de la señora Naylor les facilitaron transporte en poni y tílburi hasta Inverness, y después hasta el extremo este de Loch Ness, donde podrían alquilar una barca. Recorrerían toda la longitud del largo y sinuoso lago interior, con sus empinadas laderas montañosas, como si fuera una hendidura en la tierra rellena de agua gris insondable, brillante como el acero. Durante todo el viaje apenas intercambiaron una palabra, sentadas juntas en el tílburi, con el viento azotando sus rostros y las rodillas envueltas con las mantas.

—Hasta Fort Augustus hay sus buenos cuarenta y cinco kilómetros —dijo el barquero cuando subieron a bordo. Meneó la cabeza al pensar en la distancia—.



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