El viaje de la libélula by Marta Gracia Pons

El viaje de la libélula by Marta Gracia Pons

autor:Marta Gracia Pons [Gracia Pons, Marta]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2020-09-01T00:00:00+00:00


* * *

—ESTOY SEGURO DE que lo hizo Elsa —⁠confirmó Cesc, al ver la fotografía de la baronesa⁠—. Además, si dices que hay un dibujo suyo igualito, parece claro.

—Sí, lo vi en su habitación. Es de su estilo. —⁠Se rascó el mentón⁠—. Además, ella estuvo en Bélgica y son los reyes de Bélgica.

—Ella no fue la mujer del rey. Bueno, en realidad, sí —⁠negó con la cabeza⁠—. Era su amante, pero se casaron pocos días antes de que él falleciera. Sin embargo, nadie reconoció ese matrimonio. Fue un matrimonio morganático. La prensa se hizo eco de todo ello.

Blanca frunció el ceño.

—¿Un matrimonio morganático?

—Sí, cuando se casan dos personas y una tiene un rango superior al de la otra. Por ejemplo, un príncipe con una plebeya, o algo así. Se supone que entonces los hijos que nazcan de esa unión no pueden heredar los títulos y las propiedades del noble.

—¿Y tuvieron hijos?

—Creo recordar que sí, pero las hijas del rey lucharon después de la muerte de su padre para conseguir que la baronesa les devolviera lo que consideraban suyo. El rey actual de Bélgica, Leopoldo III, no es descendiente directo de Leopoldo II. No tuvo hijos varones oficiales.

—Menudo lío de faldas.

—Ni que lo digas. —Volvió a mirar la postal⁠—. No me puedo creer que Elsa le hiciera una joya a esa mujer. ¿Cómo demonios lo consiguió? No recuerdo, por aquella época, que tu padre o tu tío comentaran algo al respecto. Pero esta postal la tenía tu padre. Quizá tu tío también tuviera la suya.

—Es todo muy extraño, Cesc. Puede que Elsa les enviara esta postal desde Amberes, orgullosa de que sus joyas aparecieran en un recuerdo de la casa real belga.

—Todo esto me viene grande —⁠negó con la cabeza⁠—. No sé qué decirte.

Blanca resopló y cambió de tema.

—Por cierto, necesito que me ayudes a bajar mi colchón al taller.

Cesc la miró confundido.

—Sí, lo sé —siguió, agachando la mirada⁠—. Es que Mauricio se ha venido a vivir a casa y hemos discutido. Viviré aquí. No sé dónde comeré; quizá me haga algún bocadillo y listo.

—Mi nuera cocina muy bien, así que puedo traerte alguna ración por las mañanas.

—De eso nada. —Le puso la mano en el hombro, agradecida⁠—. Vuestra comida es para tu familia. Ya me las apañaré, no te preocupes.

Cesc no insistió demasiado: en su casa eran unos cuantos y la comida apenas les llegaba para todos. Invitar a comer a alguien, en esos tiempos, suponía pasar hambre al día siguiente.

—Lo que más me duele de haberme marchado —⁠comentó Blanca⁠—, es que no voy a poder llevar comida a Roberto y Adela. La carne que traía Mauricio le sentaba de maravilla y la fortalecía. Esta tarde quiero pasarme a verlos.

—Estuve yo hace unos días. —⁠Hizo una mueca de pena⁠—. Está muy débil, no creo que sobreviva demasiado.

—¡Dios mío! —exclamó, aguantando las lágrimas⁠—. Tenemos tan buenos recuerdos de ella. El éxito de los Amat también es suyo. Era muy buena vendedora.

Cesc asintió con nostalgia.

—Sabía escoger la pieza perfecta para cada cliente; era cariñosa y simpática, todo el mundo le tenía mucho aprecio.



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