El Valle Del Terror by Arthur Conan Doyle

El Valle Del Terror by Arthur Conan Doyle

autor:Arthur Conan Doyle
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Misterio
publicado: 2011-04-26T06:00:00+00:00


- Sólo esto, señor, que le debo avisar que sea cuidadoso escogiendo a sus amigos. No creo que empezaría con Mike Scanlan o con su banda si fuera usted.

- ¿Qué demonios les interesa quienes sean mis amigos? – rugió McMurdo en una voz que trajo la atención de llevó todas las caras del carro a presenciar el altercado -. ¿Les pedí consejo, o me cree un idiota que no me pueda mover sin él? ¡Hable cuando sea hablado, y por el Señor tendría que esperar un buen momento si fuera yo! – volcó su rostro y mostró los dientes a los policías como un perro malhumorado.

Los dos policías, hombres fuertes y de buen carácter retrocedieron por la extraordinaria violencia con la cual sus avances amistosos fueron repelidos.

- Sin ofensas, extraño – indicó uno -. Era una advertencia para su bien, viendo como es usted, por su apariencia, nuevo en el lugar.

- ¡Soy nuevo en el lugar pero no nuevo para ustedes y su clase! – gritó McMurdo en una insensible ira -. Veo que son los mismos en todas partes, dando sus consejos cuando nadie se los pide.

- Tal vez veamos más de usted en no mucho tiempo – señaló uno de los policías con una sonrisita -. Es usted un verdadero “escogido”, si lo puedo juzgar.

- Yo estaba pensando lo mismo – remarcó el otro -. Sospecho que nos encontraremos nuevamente.

- ¡No les temo a ustedes, y ni siquiera lo piensen! – vociferó McMurdo -. Mi nombre es Jack McMurdo, ¿ven? Si me quieren ver, me hallarán en la pensión de Jacob Shafter en Sheridan Street, Vermissa; así que no me estoy escondiendo de ustedes, ¿o no? ¡De día o de noche me atrevería a ver la cara de ustedes, y no confundan eso!

Hubo un murmullo de simpatía y admiración por los mineros a los impávidos modales del recién llegado, mientras los dos policías se encogieron de hombros y renovaron la conversación entre ellos.

Unos pocos minutos después el tren llegó a una mala iluminada estación, y hubo un descenso general; pues Vermissa era por mucho la más grande villa de la línea. McMurdo levantó su maleta de cuero, y ya se iba a aventurar a la oscuridad, cuando uno de los mineros le abrió conversación.

- ¡Por Dios, amigo! Usted sí sabe como hablar con los policías – pronunció en una voz de reverencia -. Fue magnífico oírlo. Déjeme cargar su saco y mostrarle el camino. Paso por donde Shafter en mi ruta a mi propia casucha.

Hubo un coro de amicales “Buenas noches” por los otros mineros mientras cruzaban la plataforma. Antes de poner un pie, McMurdo el turbulento se había vuelto un personaje en Vermissa.

El campo había sido un sitio de terror; pero el pueblo era en su propia forma más deprimente. Debajo de ese largo valle había por lo menos una tétrica grandiosidad en las enormes fogatas y las nubes de humo movedizo, mientras la fuerza y la industria del hombre hallaba convenientes monumentos en las colinas que había destruido y dejado de lado por sus monstruosas excavaciones.



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