El valle de los leones by Ken Follett

El valle de los leones by Ken Follett

autor:Ken Follett
La lengua: spa
Format: epub, mobi
ISBN: 84-226-2302-1
publicado: 1986-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 11

Cuando se enteró de que Jane y Jean-Pierre abandonarían el pueblo con la próxima caravana, Fara lloró un día entero. Estaba terriblemente apegada a Jane y quería muchísimo a Chantal. Jane se sintió conmovida e incómoda a la vez. Por momentos parecía preferirla a ella antes que a su propia madre. Sin embargo, Fara pareció acostumbrarse a la idea de que Jane se marchaba y al día siguiente estaba como siempre, cariñosa pero ya no triste.

Jane misma se sentía ansiosa por el viaje de regreso. Desde el valle hasta el paso de Khyber había doscientos veinticinco kilómetros. En su viaje de ida, había empleado catorce días en recorrer esa distancia. Ella había tenido ampollas y diarrea, así como los inevitables dolores del cuerpo y musculares. Y ahora tenía que emprender el viaje de vuelta llevando consigo a un bebé de dos meses. Habría caballos, pero durante gran parte del camino no sería prudente montarlos porque las caravanas viajaban a lo largo de los senderos de montaña más abruptos y angostos y a menudo lo hacían de noche.

Se fabricó una especie de hamaca de tela de algodón para colgársela alrededor del cuello y transportar a Chantal. Jean-Pierre tendría que ocuparse de transportar todas las cosas que necesitasen durante el día porque —como Jane aprendió en el viaje de ida— los hombres y los caballos marchaban a velocidad distinta: los caballos trepaban la montaña más rápido que los hombres y la bajaban con más lentitud, así que durante largos ratos ellos quedaban separados de su equipaje.

El problema que la preocupaba esa tarde, mientras Jean-Pierre se encontraba en Skabun, era decidir qué debían llevar. En primer lugar un botiquín básico —antibióticos, vendas, morfina— que Jean-Pierre prepararía. También necesitarían algo de comida. En el viaje de ida habían contado con raciones occidentales de altas energías, chocolate, paquetes de sopa y una torta de menta que era la favorita de los exploradores. Ahora sólo contarían con lo que pudieran encontrar en el valle: arroz, frutas secas, queso seco, pan duro y cualquier otra cosa que pudieran comprar en el camino. Era una gran cosa que no tuvieran que preocuparse por la comida de Chantal.

Sin embargo, el bebé presentaba otros problemas. En esas latitudes, las madres no utilizaban pañales sino que dejaban la mitad inferior del bebé al aire y lavaban la toalla sobre la que lo acostaban. Jane consideraba que ése era un sistema mucho más saludable que el occidental, pero no servía para viajar. Con unas toallas, Jane hizo tres pañales e improvisó un par de braguitas impermeables, utilizando los envoltorios de polietileno de los suministros médicos que recibía Jean-Pierre. Tendría que lavar un pañal por la noche —en agua fría, por supuesto— y tratar de que se secara antes del amanecer. En caso contrario tendría uno de repuesto, pues si ambos se hallaban húmedos Chantal se escocería. Pero ningún bebé moriría por rozaduras de los pañales, se dijo para consolarse. La caravana decididamente no se detendría para que la pequeña durmiera, fuese



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