El seso vende, 3 cuentos coitos by Rodrigo Castillo

El seso vende, 3 cuentos coitos by Rodrigo Castillo

autor:Rodrigo Castillo
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
publicado: 2018-06-02T22:00:00+00:00


“Señor. Ahora que ingreso al sagrado lugar en donde aseo mi cuerpo, permite que me libre de todo mal pensamiento junto con la mugre de mis manos, para que estas sean puras y sólo me sirvan para hacer el bien. Amén”, rezaba el mantra cotidiano.

Paul lo verbalizaba sin siquiera poner atención a su madre. Había aprendido esa oración desde que ella lo sorprendió a los once años descubriendo con curiosidad su intimidad mientras se duchaba acaloradamente.

En toda la pubescencia, cada vez que Paul permanecía en el “sagrado toilette”, su madre rondaba muy cerca y, más menos, cada un minuto, golpeaba la puerta para verificar que tenía ambas manos desocupadas: “¿Todo bien, hijo? –decía-. Recuerda que no es necesario que me hables –la mujer prefería el silencio de su boca que de sus manos-. Un aplauso para decir NO y dos aplausos para decir SÍ”.

El pobre Paul había aprendido a aplaudir en su frente para poder continuar con sus naturales menesteres. Pero, cuando su madre ya había logrado identificar la diferencia entre un aplauso con ambas manos y una cachetada en la frente, Paul debió cambiar la estrategia y aprender a darse nalgadas para simular de mejor forma los reglamentarios aplausos que exigía su madre. Eso de las nalgadas lo excitaba aún más.

Tres veces alcanzaba a preguntar la mujer. A la cuarta le pedía salir en el acto, aunque no hubiese terminado de asearse siquiera.

Paul, en poco menos de un año, aprendió a resolver sus naturales necesidades masculinas en sólo tres minutos. Era un logro que lo haría efectivo orgásmicamente para toda su vida, a costa del placer femenino.

Ya en el umbral de la adultez, Paul era el eyaculador más rápido del cuarto medio en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús. No era raro para el padre de Paul ver a su mujer los fines de semana restregar el pantalón de colegio de su hijo. La nana de la casa sólo se preocupaba de la cocina y el aseo, pero de la ropa de la familia y, sobre todo del único hijo que tenían, se encargaba la doña.

Una y otra vez pasaba jabón de lavar sobre las manchas blancas mientras recitaba un Ave María. Samuel, el padre del precoz y excitable joven, la miraba y sonreía. Ella se ofuscaba y decía: “¡Esto pasa porque estas niñitas de hoy andan con unas falditas demasiado cortas, pues! En mis tiempos no era así la cosa. ¡Lo vamos a tener que cambiar de colegio, parece! No le está quedando mucho pudor al colegio. Ni parecido a cómo era antes. Los curas no deberían permitir que las alumnas se vistan así…”. El hombre sólo asentía con la cabeza. Siempre aceptaba lo que ella decidía. Paul miraba la escena de limpieza, refunfuñamiento y condescendencia, muy bien escondido desde su pieza. Su madre empezaba nuevamente a rezar el Ave María cada vez que volvía a la mancha.

El tema de la nana para la residencia era cuento aparte. La dominante mujer se preocupaba de entrevistar y seleccionar con pinzas a quién iba a contratar, cuidando aspectos anatómicos y psicológicos.



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