El señor de la tierra by Gene Wolfe

El señor de la tierra by Gene Wolfe

autor:Gene Wolfe [Wolfe, Gene]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2010-11-10T12:37:31.859000+00:00


los muertos recalcitrantes cuyo timonel era un hombre con cabeza de chacal. Una mancha minúscula recortándose contra el disco llameante del sol africano… ¿Cómo se titulaba aquel libro de Von Daniken? Naves…, no, Las carrozas de los dioses. Nada menos que naves espaciales… Y

eso también era folklore o, por lo menos, estaba convirtiéndose rápidamente en folklore. El nebraskano ya lo había visto ocurrir en dos ocasiones.

Una cebra yacía inmóvil sobre la llanura. La cámara se fue acercando a ella. Cuando estuvo muy próxima apareció la cabeza de una hiena inmensa con las fauces llenas de carroña. El anciano apartó la vista y la brusquedad de su movimiento atrajo la atención del nebraskano.

Miedo… Sí, naturalmente, era eso. Se maldijo por no haber identificado antes la emoción que impregnaba la atmósfera de la sala. Sarah estaba asustada, y el anciano también lo estaba…, tenía un miedo horrible. Hasta el padre de Sarah parecía asustado y nervioso, y no conseguía estarse quieto. Se reclinaba en su asiento y se echaba hacia adelante, movía los pies y se limpiaba las palmas de las manos en la descolorida tela caqui que cubría sus muslos.

El nebraskano se puso en pie y se estiró.

—Tendrán que disculparme. El día ha sido muy largo.

—Estaba a punto de acostarme, señor Cooper —dijo Sarah después de que el largo silencio de los dos hombres dejara bien claro que no iban a abrir la boca—. Si quiere bañarse…

El nebraskano vaciló, intentando adivinar cuál sería la contestación q ue se esperaba de él.

—Si no es demasiada molestia… Sí, sería muy agradable.

Sarah se levantó a toda prisa.

—Le traeré algunas toallas y lo demás.

El nebraskano volvió a su habitación, se desnudó, se puso el pijama y un albornoz. Sarah estaba esperándole ante la puerta del cuarto de baño con una barra de jabón Zest y un mínimo de seis toallas.

—¿Puede contarme cuál es el problema? —murmuró el nebraskano mientras aceptaba las toallas—. Quizá pueda ayudarles…

—Podríamos ir al pueblo, señor Cooper. —Sarah alzó la mano y, después de vacilar durante unos momentos, se la puso en el brazo—. Soy bastante bonita, ¿no le parece? No tendría que casarse conmigo ni nada parecido, podría marcharse por la mañana…

—Sí —dijo el nebraskano—. De hecho, es usted muy bonita, pero su familia… Nunca podría hacerles algo semejante.

—Vuelva a vestirse. —La voz de Sarah apenas si era audible y sus ojos no se apartaban del final de la escalera—. Dígales que le duele algo, que necesita ver a un médico. Yo saldré por la parte de atrás y daré la vuelta a la casa. Espéreme debajo de ese olmo tan grande.

—Señorita Thacker, no puedo hacerlo… De veras —dijo el nebraskano.

Una vez dentro de la bañera se dijo que se había comportado como un perfecto imbécil.

¿Cómo le había descrito aquella chica de su última clase? Un romántico incurable… Pasar la noche con una joven atractiva habría sido muy agradable (y llevaba varios meses sin acostarse con una mujer), y además la habría salvado de… ¿De qué? ¿De una paliza administrada por su padre? No había visto morados en la piel de sus brazos, y no le faltaba ningún diente.



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