El regreso del soldado by Rebecca West

El regreso del soldado by Rebecca West

autor:Rebecca West [West, Rebecca]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1918-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Al subir las escaleras me dio la sensación de que me iba a desmayar. Supongo que en realidad tenía tantos celos de Margaret que me estaba enfermando, pero de pronto, igual que alguien cansado deja caer un peso que sabe valioso pero que ya no puede seguir cargando ni un segundo más, mi mente se negó a examinar más la situación y se centró en la percepción de las cosas materiales. Me incliné sobre la barandilla y contemplé la elegancia del vestíbulo: la delicada figura de la ninfa en su círculo de agua negra, el claro rosa y blanco de la cretona de Kitty, la límpida superficie del roble, los alegres colores reflejados en las paredes con paneles. Me dije: «Si todo se pierde, siempre me quedará esto», y eso me hizo seguir adelante, complacida de llevar ropa delicada y de tener una piel suave, de que las paredes del pasillo fueran de un azul tan tenue, de que a través de una lejana puerta abierta llegara un torrente de luz que hacía que la alfombra resplandeciera con su azul más intenso. Cuando vi que la que estaba abierta era la puerta del cuarto infantil y que en el gran sillón de la niñera, junto a la ventana, estaba sentada Kitty, no me molestó el rostro afilado que levantó, con su belleza pálidamente dorada por el sol de marzo, ni la tremenda implicación de que hubiera ido al cuarto del niño difunto aunque no se hubiera lavado el pelo. Le dije con severidad, porque me pareció que ella había olvidado que vivíamos en la fortaleza inexpugnable de una vida elegante:

—Oh, Kitty, no sabes cómo es esa pobre mujer baqueteada de ahí fuera.

Ella miró con tanta gravedad hacia el jardín que mis ojos siguieron los suyos.

Era uno de aquellos días deprimentes, tan comunes a finales de marzo, en los que el jardín se encuentra en su peor momento. El viento que ascendía para ver un espectáculo de sol le arrebataba al cedro la dignidad de una sombra sólida y hacía que los abetos negros batieran sus ramas y llenaba el cielo de nubes grises y deslumbrantes que atenuaban el brillo de los azafranes. Para dar sentido a los jardines en días como ese, en los que el clímax planificado entre el parterre y aquel árbol majestuoso no servía para nada, los antiguos jardineros erigieron estatuas en sus prados y en sus paseos, grandes objetos con un tema, tritones musgosos o ninfas con una urna, que atraían la mirada. Pese a todo, en aquel intranquilo jardín la mirada se inclinaba hacia la figura de la gabardina amarilla que permanecía inmóvil en mitad del césped.

No sé cómo Chris se había percatado de la proximidad de su presencia, pero allí estaba, corriendo sobre el césped, tal y como lo había visto en mis sueños noche tras noche corriendo en tierra de nadie. Sabía que cerraba los ojos mientras corría, sabía que se arrodillaría al llegar a un lugar seguro. Pensé que a



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