El puño del emperador by A. M. Caliani

El puño del emperador by A. M. Caliani

autor:A. M. Caliani [Caliani, A. M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-06-03T00:00:00+00:00


47

Al igual que el resto de Carnuntum, el extraño acudió al sonido de la fanfarria.

Atraído por la música y los vítores, atravesó calles y pasajes. Su corazón se aceleró al pensar que podría tratarse del emperador. Se abrió paso entre el gentío a voces y empujones, al tiempo que representaba uno de sus papeles preferidos: el de viejo medio loco al que todo el mundo evita a toda costa.

—¡Paso! ¡Paso a un viejo veterano de la legión!

La cojera que simulaba y el modo en que se encorvaba resultaban convincentes hasta para los médicos más versados. Lo que no le costaba fingir era su falta de visión. Hacía solo dos días que había abandonado su refugio en las profundidades de la tierra y el sol aún le mordía las pupilas. A veces se preguntaba si sería una pérdida de vista pasajera o la antesala a una ceguera permanente.

Su estancia en las alcantarillas fue infernal. Pasó semanas a la luz de los candiles, aterido por el frío húmedo, cazando ratas y cucarachas para malcomer y bebiendo las reservas de agua que, como previsión ante algún imprevisto, había almacenado en su guarida antes de tener que encerrarse en ella.

La noche que las patrullas romanas infestaron sus dominios, creyó que no lo contaba. Escapó de ellas de milagro y se encerró en el almacén que había descubierto gracias a los planos originales de las cloacas. El musgo y la mugre habían fundido la puerta de entrada con la pared, haciéndola invisible a cualquiera que desconociera su existencia. Al principio, pensó que los guardias buscarían a alguien y se marcharían una vez concluyeran su misión.

Se equivocó. Los romanos no se marcharon. Durante semanas se instalaron en cada cruce de túneles y convirtieron cualquier incursión fuera del almacén secreto en un suicidio, hasta que dejó de oírlos, dos noches atrás.

El extraño salió de su madriguera debilitado por el encierro, ciego como un topo, tanteando las paredes resbaladizas como un resucitado saliendo de la tumba. La posibilidad de encontrarse con una patrulla le pareció el menor de sus problemas. Moriría luchando, como había vivido, pero no pasaría ni un día más encuevado como una alimaña.

Llegó hasta la puerta que conectaba con el sótano de la pequeña vivienda que ahora se conocía como la Casa de la Muerte. Trató de abrirla, pero la encontró cerrada por dentro. Intentó forzarla con desesperación y sin éxito. Imaginó que en esa bodega podría encontrar algo de comida y agua más potable que la que había consumido durante las últimas semanas.

El único camino que le quedaba hacia la superficie eran los desagües que desembocaban en el Danubio. Se orientó como pudo hasta el sumidero más cercano. Ignoraba si el mundo lo recibiría con la luz del día o con la oscuridad de la noche. Prefería lo segundo. Enfrentarse a la luz solar después de tanto tiempo entre tinieblas le asustaba.

Sin embargo, la primera luz que vio al final del túnel fue la de un par de antorchas.

Dos soldados hacían guardia en el exterior.



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