El perfume secreto del Melocotón by Joanne Harris

El perfume secreto del Melocotón by Joanne Harris

autor:Joanne Harris
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Otros
publicado: 2012-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 5

Martes, 24 de agosto

No hay nada que permanezca en secreto durante mucho tiempo. Al menos, no en Lansquenet. No he salido de casa en dos días, pero ya han empezado los cotilleos. No puedo culpar a Joséphine; ni siquiera a Pilou. Lo sé. Todo empezó esta mañana, cuando se presentó Charles Lévy para quejarse una vez más de su gato desaparecido.

A través del resquicio más estrecho de la puerta, le dije que no me encontraba bien. Sin embargo, Charles Lévy no se dejó intimidar. Tras ponerse de rodillas en el escalón de la entrada, se dirigió a mí a través del buzón, su voz temblorosa por la emoción contenida.

—Es Henriette Moisson, père. Ella es quien se lleva a mi Otto a su casa. Le da de comer y lo llama Tati. ¿No puede considerarse eso como secuestro, privación de libertad o algo parecido?

Le respondí desde el otro lado de la puerta.

—¿No le parece que se está tomando un poco todo esto como algo demasiado personal?

—Esa mujer me ha robado al gato, père. ¿De qué otra forma iba a tomármelo?

Traté de explicárselo.

—Esa mujer está sola, eso es todo. Quizá si intentara hablar con ella…

—¡Ya lo he intentado! ¡Pero ella lo niega! Dice que no ha visto al gato. Afirma que no lo ve desde hace días, pero toda su casa apesta a pescado…

Me dolía la cabeza. Y también las costillas fracturadas. No estaba de humor para eso.

—¡Monsieur Lévy! —grité, a través de la puerta—. ¿Acaso Dios Nuestro Señor no nos dice que amemos al prójimo como a nosotros mismos? ¿Me equivoco, o lo que pretende decirnos es que no nos quejemos tanto de nuestros vecinos y, echando mano de la más endeble de las excusas, sembremos la discordia por todo el barrio? ¿Acaso Jesús habría negado a una anciana solitaria que disfrutara ocasionalmente de su gato?

Afuera se hizo el silencio. Luego, me llegó una voz a través de la ranura del buzón:

—Lo siento, mon père. No lo había pensado.

—Diez avemarías.

—Sí, mon père.

Después de eso, el rumor de que Monsieur le Curé confesaba a través de su buzón se extendió como la pólvora. Gilles Dumarin fue el siguiente en presentarse, aparentemente para preguntar sobre una donación para el fondo de flores de la iglesia, aunque lo que en realidad quería era un consejo acerca de su madre. Luego vino Henriette Moisson para que la absolviera de un pecado que había cometido cuando yo no era ni siquiera un embrión. Después apareció Guillaume Duplessis para preguntarme si necesitaba algo. Luego Joline Drou, para que informara a Caro de que algo extraño estaba ocurriendo. Después la propia Caro, quien, sin pretexto alguno, me acusó directamente, a través de la puerta, de tener algo que ocultar. Sentado en el felpudo, le dije:

—Vete, Caro. Por favor.

—No hasta que me diga qué está pasando —dijo, con voz chillona—. ¿Ha estado bebiendo? ¿Es eso?

—Por supuesto que no.

—Entonces, abra la puerta.

Cuando me negué a hacerlo, se fue, pero volvió esa noche con el père Henri. Barajé la posibilidad



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