El otoño de la Edad Media by Johan Huizinga

El otoño de la Edad Media by Johan Huizinga

autor:Johan Huizinga [Huizinga, Johan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1918-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 14

La emoción y la fantasía religiosas

DESDE el tiempo en que el misticismo lírico y dulcemente doloroso de Bernardo de Claraval había introducido en el siglo XII la fuga de la emoción florida por la Pasión de Cristo, habíase ido llenando el espíritu, en medida siempre creciente, de una rendida compasión por los dolores del Salvador; había llegado a estar totalmente penetrado y saturado de Cristo y la cruz. Ya en la más tierna infancia se implantaba en el espíritu del niño la imagen del Crucificado, tan grandiosa y tan lúgubremente, que cubría con su severa sombra todos los demás sentimientos. Cuando Jean Gerson era todavía un niño, púsose un día su padre con los brazos extendidos contra una pared: «Mira, hijo mío —dijo—, así está crucificado y muerto nuestro Dios, que os ha hecho y os ha salvado»[651]. Esta imagen permaneció adherida a la memoria del muchacho hasta la más avanzada vejez, creciendo con el aumentar de los años, y Gerson bendecía por ello a su piadoso padre, muerto justamente el día de la Exaltación de la Santa Cruz. Colette oía, siendo una niña de cuatro años, a su madre, que rezaba todos los días llorando y suspirando por la Pasión, cuyas burlas, golpes y martirios compartía así. Este recuerdo se fijó con tal viveza en el espíritu supersensible de la santa, que sintió durante todos los días de su vida la más viva angustia y tormento en el corazón a la hora en que fue crucificado Jesús, y al leer la Pasión sufría más que ninguna mujer en los dolores del parto[652]. Un predicador se detenía muchas veces, un cuarto de hora, silencioso ante sus oyentes, en la actitud del Crucificado[653].

Tan lleno de Cristo estaba el espíritu de aquella época, que el motivo de Cristo empezaba a resonar en cuanto había la menor y más superficial semejanza entre cualquier actitud o cualquiera idea y la vida o la pasión del Señor. Una pobre monja que lleva leña a la cocina, figúrase que lleva la cruz. La simple idea de llevar madera, basta para prestar a la acción el luminoso brillo del más elevado acto de amor. La mujercilla ciega que lava la ropa, considera la tina y el lavadero como si fuesen el pesebre y el establo[654]. La profanación de las ideas religiosas en los desbordamientos de homenaje a los príncipes, como la comparación de Luis XI con Jesús, o del emperador, su hijo y nieto con la Trinidad[655], no son menos un efecto de aquella sobresaturación en contenido religioso.

El siglo XV presenta esta intensa emotividad religiosa en una doble forma. Por una parte revélase en los vehementes movimientos que, de tiempo en tiempo, se apoderaban del pueblo entero cuando un predicador ambulante inflamaba con su palabra todo aquel combustible espiritual, como si fuese un haz de ramas secas. Ésta es la manifestación espasmódica, apasionada, violenta, pero que se disipa de nuevo rápidamente. Junto a esto hay algunos espíritus que han encarrilado para siempre la emotividad por una vía tranquila y han hecho de ella una nueva forma de vida normal: la de la ternura.



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