El once de “Carreau” by Baynard H. Kendrick

El once de “Carreau” by Baynard H. Kendrick

autor:Baynard H. Kendrick [Kendrick, Baynard H.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1945-06-14T16:00:00+00:00


CAPÍTULO XVII

—Todo Miami estaba anoche en las carreras de galgos… —declaró Le Roy con visible disgusto.

—Con eso quiere usted referirse sin duda a todos los que podían estar interesados en ver a Eckhardt convertido en cadáver —dijo Stan, que se acercó a la ventana del despacho de Le Roy y miró hacia afuera.

Del otro lado de la calle, el edificio de los Tribunales del Condado se levantaba gris bajo la lluvia fina que azotaba Flagler Street, impulsada por el viento del sudeste, despedida del invierno. La atmósfera del despacho era triste y deprimente, mitigada solo por el círculo de luz que proyectaba la lámpara sobre el escritorio de Le Roy.

Stan dejó vagar su mirada por los veintiséis pisos del edificio frontero y la detuvo en las ventanas enrejadas de los calabozos situados en el piso dieciocho. Si el asesino de Fowler y de Eckhardt hubiese estado recluido allí, Miles Standish Rice habría podido salir a pescar al día siguiente con toda tranquilidad. Incluso un homicida con la presencia de ánimo suficiente como para acuchillar a un hombre en plena reunión de carreras habría encontrado difícil escapar de una cárcel situada dieciocho pisos sobre el nivel de la calle…

Con un gesto de impaciencia se apartó de la ventana y tomó asiento en una silla. El capitán Le Roy estaba haciendo marcas en una lista de nombres.

—Esta gente se sigue sin variación, como si fuese un rebaño de ovejas —dijo a Stan, golpeando el papel con la punta de su lápiz—. Cualquier cosa que ocurra, siempre están todos presentes…

—¿Y por qué no habría de ser así, Vince? Los que estaban en el cóctel de Dawson sabían que yo iría al canódromo. Si no por otra razón, fueron allí por curiosidad.

—Curiosidad y crimen… —refunfuñó Le Roy, que apartó de sí la lista y tocó un timbre colocado sobre su mesa—. ¿Ha venido David Button? —preguntó al agente que respondió al llamado.

—Está afuera esperando con esa mujer de apellido La France.

El capitán miró a Stan.

—De a uno por vez —sugirió Stan—. Ya los veremos juntos más tarde…, espero.

—Haga pasar a Button cuando llame.

El agente se retiró, cerrando la puerta al salir. Le Roy abrió el último cajón de la derecha de su escritorio y sacó de él una abultada carpeta. La colocó sobre la mesa, junto a la lámpara, mas no la abrió. Se echó hacia atrás en su silla giratoria y entrecerró los ojos. Había en su actitud algo sutilmente evasivo que hizo que Stan se sintiera incómodo.

—No estoy muy seguro de si debo o no debo interrogar a estas personas en su presencia, Stan —dijo al cabo de un instante.

Stan guardó silencio, con las manos hundidas en los bolsillos del saco y la mirada fija en el rectángulo gris de la ventana. El capitán Le Roy siempre concluía de expresar su pensamiento si no era interrumpido.

—Posee usted mayor cantidad de informes de lo conveniente para su propia seguridad —continuó Le Roy como de mala gana—. Su vida está en peligro, Stan. ¿Piensa



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