El Napoleón de Notting Hill by G. K. Chesterton

El Napoleón de Notting Hill by G. K. Chesterton

autor:G. K. Chesterton [Chesterton, G. K.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1903-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 3

El experimento de Mr. Buck

El Rey recibió una petición formal y elocuente firmada por Wilson, Barker, Buck, Swindon y otros. Le rogaban encarecidamente que al próximo consejo a celebrarse en su presencia sobre la disposición final de la propiedad en Pump Street les permitiese acudir, sin infringir el decoro político y el indecible respeto que por él sentían, vestidos con ropa normal en sustitución del atuendo decretado para ellos en su calidad de Prebostes. Así, el grupo acudió a dicho consejo en levita, mientras que el Rey redujo su amor por la ceremonia a presentarse (según su no desacostumbrado talante) en traje de gala con la insignia de una orden, aunque no la de la liga de la Jarretera, sino la del Club de Amigos del Viejo Clíper, que había obtenido (con dificultad) de una publicación infantil de medio pelo. De modo que el único toque de color lo aportaba a la sala Adam Wayne, quien muy dignamente había acudido con su gran toga roja y la enorme espada.

—Nos hemos reunido para tomar una decisión sobre el más complejo de los problemas modernos. Confiemos en llegar a buen puerto —dijo Auberon, y acto seguido se sentó con gesto grave.

Buck volvió ligeramente su silla y cruzó las piernas.

—Majestad —dijo Buck con sorna—, lo único que no entiendo es qué nos impide zanjar el caso en un periquete. Hay una pequeña propiedad que nosotros valoramos en mil y por la que nadie daría cien. Nosotros ofrecemos esos mil. Sé muy bien que no es un negocio muy rentable, porque deberíamos conseguirla por menos, ni nos parece razonable ni equitativo, así que pregunto, ¡diantres!, cuál es el problema.

—El problema se explica con la mayor facilidad —dijo Wayne—. Ni aunque ofreciesen ustedes un millón tendrían Pump Street.

—Oiga, Mr. Wayne —arremetió Barker con medida exaltación—. Óigame bien. No tiene usted derecho a actuar así. Tiene derecho a pujar por un precio más alto, pero usted no puja, sino que rechaza lo que para usted mismo y para cualquier hombre en su sano juicio es una oferta espléndida sólo por malevolencia o despecho; sí, lo hace sólo por malevolencia o despecho. Y eso es a todas luces delictivo, ya que atenta contra el interés público. El Gobierno del Rey tendría motivos de sobra para disuadirlo a la fuerza.

Con sus finos dedos extendidos sobre la mesa, Barker miró con ansia a Wayne, que permanecía impertérrito.

—Para disuadirlo… a la fuerza —repitió.

—Y eso hará —exclamó Buck con brusquedad y volviéndose de súbito hacia la mesa—. Hemos hecho todo lo posible por proceder con decencia.

Wayne elevó sus grandes ojos con lentitud.

—¿Ha sido Lord Buck quien ha dicho que el Rey de Inglaterra «hará» algo? —preguntó.

Buck se sonrojó y contestó enfurruñado:

—Quería decir que, si quiere… si lo estima conveniente… Acabo de decir que hemos hecho todo lo posible por ser generosos. Desafío a cualquiera a que lo desmienta. No quiero, Mr. Wayne, mostrarme descortés con usted, pero permítame decirle que su sitio está en la cárcel. Pues parar unas obras públicas por un antojo es un delito.



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