El Mozárabe by Jesús Sánchez-Adalid

El Mozárabe by Jesús Sánchez-Adalid

autor:Jesús Sánchez-Adalid
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


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Hedeby, año 968

El sol cobró fuerza en el cielo y comenzó a obrar el milagro. Los hielos se derretían y el agua corría por todas partes. Luego brotó la hierba. Aparecieron pájaros en el aire y los vientos fríos se fueron haciendo más suaves. La primavera vino entonces al corazón de Asbag con la esperanza de poder regresar a Córdoba. Pero todavía faltaba tiempo para que llegara el verano.

Antes de que brotaran las hojas en los árboles, los hombres de Hedeby se lanzaron a los bosques para hacerse con troncos. Comenzó entonces una febril agitación en la ciudad vikinga. Había que reparar los barcos, repasar las velas, revisar las armas y prepararlo todo para la nueva campaña. Salieron también los campesinos a sus labores, los ganados a los frescos pastos y los pescadores a faenar en la ría.

En la abadía habían transcurrido largos meses destinados al estudio y al escritorio; el trabajo había rendido su fruto: los códices estaban preparados para esperar el momento de ser enviados a los otros monasterios del país. Y el abad no podía estar más contento. A la luz de una de las ventanas de la biblioteca, hojeaba cada una de las copias. Asbag, frente a él, sonreía satisfecho.

–¡Sensacional! – dijo el abad, cerrando el último de los volúmenes-. Y todo gracias a vos. Nunca podremos agradeceros todo lo que nos habéis enseñado.

–Bueno -contestó el obispo-, pagasteis una gran suma por mí a los vikingos; de alguna manera habré de compensaros.

–En realidad guardábamos esas monedas para adquirir más libros. Dios ha querido que no se perdiera su destino. Lo único que siento es que pronto empezarán a llegar los comerciantes desde todos los lugares del mundo, y entre ellos Ibrahim at-Tartushi; con lo cual perderemos a tan hábil colaborador.

–He estado muy a gusto entre vosotros -dijo Asbag en tono dulce-, pero debes comprenderme; deseo ardientemente regresar con mi comunidad.

–Sí, os comprendo.

Pocos días después, las nieves y el hielo habían desaparecido por completo. Los días se hicieron más largos. Era como si un paisaje completamente diferente hubiera sustituido de repente al anterior. Los huertos de la abadía se llenaron de brotes verdes y todos los árboles se cubrieron de hojas. Daba gusto mirar los prados salpicados de florecillas de múltiples colores y apreciar el contraste de las montañas que aún permanecían nevadas.

Asbag siguió colaborando con Étienne en el scriptorium. Era un monje de unos treinta años, silencioso y reservado, al cual el obispo llegó a apreciar sinceramente. Le enseñó todas las técnicas que conocía y él las asimiló sin reserva, humildemente agradecido. Pero lo que de verdad le encantó al monje fue aprender a hacer papel. Aunque lo poco que pudieron fabricar era de pésima calidad, a todo el mundo le maravilló que con viejos trapos pudieran llegar a fabricar prácticos cuadernos de notas y láminas destinadas a hacer bocetos para pinturas.

Cuando terminaban el trabajo, cada tarde, fray Étienne acompañaba al obispo hasta el puerto, para mirar las embarcaciones nuevas que arribaban con el fin de realizar transacciones comerciales.



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