El maestro de la fuga by Jonathan Freedland

El maestro de la fuga by Jonathan Freedland

autor:Jonathan Freedland
La lengua: spa
Format: epub
editor: Editorial Planeta
publicado: 2023-01-26T10:29:56+00:00


Después del anochecer, se pusieron de nuevo camino, deteniéndose a beber en los arroyos cuando cruzaban alguno, pero por lo demás ciñéndose a las orillas del Soła.10La segunda noche perdieron el río y se desviaron demasiado hacia el oeste, acercándose peligrosamente a la pequeña aldea de Jawiszowice. Peligrosamente porque en Jawischowitz, como la habían rebautizado los nazis, se encontraba uno de los treinta y nueve subcampos de Auschwitz: una mina de carbón operada por las SS en la que, hacia la época en que Fred y Walter pasaron por ahí, trabajaban unos dos mil quinientos esclavos, la mayoría judíos. La pareja de fugitivos había acabado llegando a un lugar que les resultaba demasiado familiar: un complejo de barracones, alambre de espino, luces eléctricas y torres de vigilancia.11Las garitas de guardia estaban vacías porque era de noche, pero Fred y Walter sabían mejor que nadie que al amanecer empezaría el turno de los guardias armados de las SS.

Trataron de dominar el pánico. Lo malo era que todos los caminos parecían conducir a una valla o a una torre de vigilancia. Faltaba poco para el amanecer. Tenían que salir de ahí, pero la visibilidad era casi nula. Estaban en territorio desconocido en un país extranjero, sin guía y sin equipo.

Vislumbraron un bosque que al menos parecía estar fuera del perímetro del campo. Se internaron en él, encontraron un lugar tranquilo y comieron una pequeña porción del pan y la margarina que llevaban encima desde que se habían metido en el búnker, pero que había que racionar con cuidado. Luego partieron unas cuantas ramas, se cubrieron lo mejor posible y trataron de dormir hasta el anochecer. Para mantener la calma, o acaso para distraerse pensando en otras cosas a esa hora oscura y furtiva, Fred se puso a hablar de ajedrez.12Él era el maestro, Walter el alumno. Su voz melosa los tranquilizaría hasta que primero uno y luego el otro se quedasen dormidos.

Por lo menos esa era la idea. Sin embargo, conforme la claridad se hacía más intensa, se puso en evidencia que no estaban en una arboleda recóndita. Al contrario: cegados por la oscuridad, habían ido a esconderse en un jardín público frecuentado por los nuevos amos de la región, hombres de las SS que salían a pasear con sus esposas e hijos durante la semana de vacaciones de Pascua. Fred y Walter habían escapado de un campo de exterminio de las SS para caer en un parque de las SS.

Rápidamente evaluaron la situación. Teniendo en cuenta el lugar donde estaban escondidos, concluyeron que la principal amenaza eran los perros, porque podían olerlos, y los niños: bastaba con que una pelota perdida rodara en su dirección para que todo se echara a perder.

Como si los hubieran invocado, un niño y una niña aparecieron por ahí riendo, jugando, corriendo de un lado para otro. A Walter se le puso el corazón al galope.

En eso, los dos chiquillos de ojos azules se plantaron delante de ellos y los miraron boquiabiertos. Al cabo de un



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