Laurie by Stephen King

Laurie by Stephen King

autor:Stephen King [King, Stephen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2018-09-16T16:00:00+00:00


6

Tras las exclamaciones y muestras de cariño iniciales de Beth al ver a Laurie —que, excepto por una parada para que aliviara la vejiga, había dormido en el asiento trasero durante todo el trayecto hasta Boca—, pronto se impusieron sus habituales prioridades de hermana mayor. Si bien sabía cómo darle la lata con multitud de temas (era una experta en ese sentido), esta vez su principal preocupación era que Lloyd visitara al doctor Albright para someterse a un chequeo que llevaba tiempo postergando.

—Aunque tienes buen aspecto —concedió ella—. Lo admito. Incluso parece que has cogido color. Eso suponiendo que no sea ictericia, claro.

—Siempre puedo contar contigo para que me des ánimos, Bethie. Es el sol. Paseo a Laurie tres veces al día. Por la playa cuando nos levantamos, por el Camino de las Seis Millas a mediodía, cuando voy a comer al Cayman Key, y otra vez por la playa al atardecer. Para la puesta de sol. A ella le trae sin cuidado, los perros carecen de sentido estético, pero yo la disfruto.

—¿La llevas por el paseo del canal? Virgen santísima, Lloyd, ¡si es una ruina! Cualquier día se hundirá bajo tus pies y os tirará al canal, a ti y a esta princesita. —Frotó la cabeza de Laurie. El animal entornó los ojos e incluso pareció que sonreía.

—Lleva ahí como cuarenta años. Creo que durará más que yo.

—¿Has concertado ya cita con el médico?

—No, pero lo haré.

Ella le tendió el teléfono.

—¿Por qué no lo llamas ahora? Quiero verte.

Lloyd supo, por la expresión de sus ojos, que ella no esperaba que aceptara, lo cual supuso una razón para hacerlo. Pero no la única. En años anteriores le daba pavor acudir al hospital; aguardaba el momento (condicionado sin duda por demasiadas series de televisión) en que el médico lo miraría muy serio y diría: «Tengo malas noticias».

Sin embargo, ahora se sentía bien. Cuando se levantaba por la mañana tenía las piernas agarrotadas, probablemente debido a las caminatas, y la espalda le crujía más que nunca, pero al sondear su interior no hallaba nada inquietante. Sabía que el cuerpo de un anciano podía albergar cosas malignas capaces de crecer inadvertidas durante mucho tiempo, reptando despacio hasta que llegaba la hora de acelerar, pero nada había progresado hasta el punto de ser visible: no había sangre en sus heces ni en sus esputos, no sentía ningún dolor agudo en las tripas, tragaba sin dificultad, orinaba sin dolor… Reflexionó que era mucho más fácil ir al médico cuando tu cuerpo te decía que no existían motivos para hacerlo.

—¿Por qué sonríes?

La voz de Beth denotaba suspicacia.

—Por nada. Dame eso.

Alargó el brazo hacia el teléfono, pero ella lo apartó.

—Si de verdad vas a llamar, utiliza el tuyo.



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