El humo en la botella by Juan Ramón Biedma

El humo en la botella by Juan Ramón Biedma

autor:Juan Ramón Biedma [Biedma, Juan Ramón]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2010-10-09T16:00:00+00:00


Peña

En los antiguos contenedores de basura, con su gran apertura superior, no era infrecuente encontrar a indigentes que se habían refugiado dentro buscando un poco de calor en invierno; a algunos de ellos los encontraban los basureros justo antes de volcarlos sobre los dientes y presas que destruían los desperdicios en las entrañas del camión; a otros ni siquiera se percataban de haberlos arrojado allí.

Peña salió boqueando del edificio, como si perteneciera al segundo grupo.

Empujó a la chica delante de ella, por suerte acababa de volver la corriente eléctrica, pero, aunque pudo apagar la linterna y descargar un poco la tensión de los ojos, tuvo que pararse un momento hasta que los contornos de la plaza de la Pila del Pato dejaron de desdibujarse como papel mojado a su alrededor.

Vio a Briales, la vendedora ambulante de estofado, que había aparcado su carrito en el otro extremo de la plaza, y se dirigió hacia ella. Necesitaba una compañía conocida después del trance en el edificio en ruinas, de la infección, los excrementos, las voces, el olor, los roces a la altura de los tobillos, la enloquecedora oscuridad, el purgatorio manufacturado que aquellos chicos defendían de todos para adentrarse en esa muerte vida que los devolvía allí una y otra vez como la resaca de un mar contaminado.

Volvió a empujar a la muchacha; si la impulsaba, andaba, si no lo hacía, se quedaría allí plantada para siempre. Llevaba un pantalón de chándal inmundo y lleno de rotos, una asquerosa rebeca de hombre y una camiseta sin color. Aún tenía el pelo muy corto después de que se lo cortaran en el convento a causa de los parásitos la última vez que la rescataron de un agujero similar a este. Cerraba con fuerza los ojos, como si quisiera evitar con desesperación que se le escapara por allí algo que encerraba en su interior. La llamaban Marita.

Cuando llegó a la altura de Briales, Peña retuvo a la chica por el brazo, quizás con demasiada brusquedad, hasta el punto de que, después de tambalearse, se dejó caer al suelo. Peña estuvo a punto de levantarla, pero lo pensó mejor. La dejó allí sentada, junto al puesto con ruedas, completamente inmóvil.

—¿Qué le pasa a esta? —preguntó la vendedora.

—Está ciega de gelo.

Literal.

La nueva droga sintética de moda, el gelo, siempre más barata y letal que las anteriores, se aplicaba en los ojos como un colirio; solo los que la habían probado podían atestiguar qué les aportaba o les anulaba, por qué cerraban los párpados de aquella manera, qué les permitía ver allí dentro que se nos negaba a los demás.

Peña ya casi respiraba con normalidad, las arcadas habían desaparecido; el asco y el miedo, no.

—¿Has visto a las hermanitas? —le preguntó a Briales.

—¿Las Hermanitas de la Compasión?

—Claro.

—¿Sigues haciéndoles el trabajo sucio? —pregunta la vendedora señalando a la chica del suelo.

—Les echo una mano. Hay sitios en los que no pueden entrar.

—No, no las he visto.

Por la cara que pone, parece que tampoco tiene ningún interés. Añade un



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