El hombre terminal by Michael Crichton

El hombre terminal by Michael Crichton

autor:Michael Crichton [Crichton, Michael]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1972-01-01T05:00:00+00:00


El séptimo piso —Cirugía Especial— estaba tranquilo; dos enfermeras atendían la sala central de recepción. Una de ellas anotaba el estado de un paciente en un gráfico; la otra comía un caramelo y leía una revista de cine, Ninguna de las dos dedicó mucha atención a Ross mientras buscaba el historial de Benson y se ponía a repasarlo.

Quería asegurarse de que Benson estaba tomando todos los medicamentos recetados, y ante su sorpresa comprobó que no era sí.

—¿Por que no se ha administrado la thorazina a Benson? —preguntó con tono imperioso.

Las enfermeras la miraron desconcertadas.

—¿Benson?

—El paciente de la 710. —Miró su reloj; era más de medianoche—. Tenía que empezar la thorazina a mediodía. Hace doce horas.

—Lo siento… ¿Me permite? —Una de las enfermeras repasó el gráfico. Ross le alargó la página con las órdenes de medicación. La receta de thorazina escrita por McPherson había sido marcada con un círculo rojo por una enfermera, que añadió al margen la misteriosa anotación de «Llamar».

Ross pensaba que sin fuertes dosis de thorazina, la mentalidad psicopática de Benson no tendría freno y podría ser peligrosa.

—¡Ah, sí! —dijo la enfermera—. Ahora me acuerdo. El doctor Morris encargó que sólo se obedecieran sus órdenes o las de la doctora Ross. No conocemos a este doctor McPhee, así que pensábamos llamarle para confirmar la terapia.

—El doctor McPherson —subrayó severamente Ross— es el director de la Unidad Neuropsiquiátrica.

La enfermera examinó la firma.

—Bueno, ¿y cómo vamos a saberlo? El nombre es ilegible. Mire. —Dio la vuelta a la carpeta—. Nos pareció que decía McPhee, y el único McPhee que figura en la guía del hospital es un ginecólogo, lo cual no parecía lógico, y como a veces los médicos se equivocan de carpeta al escribir sus notas, nosotras…

—Está bien —dijo Ross, moviendo una mano—, está bien. Pero dele inmediatamente la thorazina, por favor.

—En seguida, doctora —repuso la enfermera, mirándola con impertinencia y yendo hacia el armario de las medicinas. Ross se encaminó por el pasillo a la habitación 710.

El policía estaba sentado junto a la habitación de Benson, con el respaldo de la silla inclinado contra la pared. Leía Romances Secretos con un interés que a Janet se le antojó increíble. Sabía sin preguntarlo de dónde había sacado la revista; estaría aburrido y una de las enfermeras se la habría prestado. También fumaba un cigarrillo y tiraba la ceniza a un cenicero de suelo.

Levantó la vista al oírla avanzar por el pasillo.

—Buenas noches, doctora.

—Buenas noches. —Reprimió el impulso de reprocharle su actitud poco profesional, pero los agentes no estaban bajo su jurisdicción y, además, no era justo desahogarse con él porque las enfermeras la habían irritado.

—¿Todo esta tranquilo? —le preguntó.

—Bastante tranquilo.

La televisión sonaba en el interior de la 710; era una pieza cómica, y se escuchaban muchas carcajadas. Alguien decía: «¿Y qué hiciste entonces?», lo cual desencadenó más risas. Ross abrió la puerta.

Las luces de la habitación estaban apagadas; sólo la iluminaba el resplandor de la pantalla de televisión. Benson parecía haberse dormido; su cuerpo estaba de espaldas a la puerta, y las sábanas le cubrían los hombros.



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