El hombre de San Petersburgo by Ken Follett

El hombre de San Petersburgo by Ken Follett

autor:Ken Follett [Follett, Ken]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1982-01-01T05:00:00+00:00


8

Walden miró el sobre. La dirección estaba escrita con letra clara y ordinaria. Era obra de un extranjero, pues un inglés habría escrito Príncipe Orlov o Príncipe Aleksei, pero no Príncipe A. Orlov. A Walden le habría gustado saber su contenido, pero Aleks se había cambiado de hotel a medianoche y Walden no podía abrirlo en su ausencia; después de todo, se trataba de la correspondencia de otra persona.

Se lo devolvió a Basil Thomson, quien no tuvo esa clase de escrúpulos.

Thomson abrió el sobre y secó una simple cuartilla.

—¡En blanco! —exclamó.

Llamaron a la puerta.

Todos se pusieron rápidamente en movimiento. Walden fue hacia las ventanas, alejadas de la puerta y fuera de la línea de fuego, y se quedó tras un sofá, dispuesto a agacharse.

Los dos detectives se distribuyeron uno a cada lado de la habitación y sacaron las pistolas. Thomson se quedó de pie en medio de la habitación tras una amplia y confortable poltrona.

Volvieron a llamar.

Thomson gritó:

—¡Entre! Está abierto.

La puerta se abrió y allí estaba él.

Walden se agarró fuertemente al respaldo del sofá. Aquel hombre daba miedo.

Era un hombre alto, con bombín y un abrigo negro abrochado hasta el cuello. Su rostro era alargado, sombrío, blanco. Con la mano izquierda sostenía una botella de color marrón. Sus ojos recorrieron toda la habitación y comprendió enseguida que le habían tendido una trampa.

Alzó la botella, gritando:

—¡Nitro!

—¡No disparéis! —chilló Thomson a los detectives.

El miedo se apoderó de Walden. Sabía lo que significaba la nitroglicerina; si la botella se caía morirían todos. Él quería vivir; no quería morir de repente y abrasado.

Se produjo un prolongado silencio. Nadie se movió. Walden se fijó en el rostro del asesino. Reflejaba astucia, dureza, decisión. En aquella breve y terrible pausa quedaron grabados en la mente de Walden todos y cada uno de sus rasgos: nariz aguileña, amplia boca, ojos tristes, pelo negro y abundante que asomaba por los bordes del sombrero.

«¿Estará loco? —se preguntó Walden—. ¿Será un amargado? ¿Un hombre sin corazón? ¿Un sádico?» Lo único que su rostro no reflejaba era miedo.

Thomson rompió el silencio:

—Entréguese —ordenó—. Ponga la botella en el suelo. No haga locuras.

Walden estaba pensando: «Si los dos detectives disparan y el hombre cae, llegaré a tiempo para cogerle la botella antes de que se estrelle contra el suelo…»

—No.

El asesino se quedó inmóvil, con la botella en el aire. Walden constató: «Me está mirando a mí, no a Thomson; me está estudiando, como si me encontrara fascinante; fijándose en los detalles, preguntándose cuál es mi rasgo distintivo. Es una mirada personal. Está tan interesado en mí como yo lo estoy en él. Se ha dado cuenta de que Aleks no está aquí… ¿Qué hará ahora?»

El asesino habló a Walden en ruso:

—No eres tan estúpido como pareces.

«¿Será un suicida? ¿Nos matará a todos con él? Lo mejor será darle conversación…», siguió pensando Walden. Entonces aquel hombre huyó.

Walden lo oyó correr por el pasillo.

Walden se dirigió a la puerta. Los otros tres iban delante de él.

Una vez en el pasillo, los detectives se arrodillaron en el suelo apuntando con sus pistolas.



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