El hombre con dos pies izquierdos by P. G. Wodehouse

El hombre con dos pies izquierdos by P. G. Wodehouse

autor:P. G. Wodehouse [Wodehouse, P. G.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1916-12-31T16:00:00+00:00


El noviazgo de un policía feo

Cruzando el Támesis por el puente de Chelsea, el que pasea por Londres se encuentra en el agradable Battersea, y, al rodear el parque por donde las hembras de la especie pasean con sus hijitos junto a las fuentes ornamentales frecuentadas por las aves silvestres, llega a una amplia avenida. Una parte de ella está dedicada a la naturaleza, la otra al intelecto. A la derecha, verdes árboles se yerguen en la parte central; a la izquierda, interminables bloques de viviendas. Es Battersea Park Road, el hogar de los moradores en torres de marfil.

La ronda del policía Plimmer abarca el primer cuarto de milla de las torres de marfil. Su deber consistía en ir paseando, al modo mesurado propio de los policías londinenses, a lo largo de las fachadas de éstos, volver a la derecha, dar la vuelta a la izquierda y regresar por el camino que recorría la parte trasera de ellos. De esta forma quedaba capacitado para conservar la paz en nada menos que cuatro bloques de mansiones.

No había gran cosa que conservar. Battersea puede tener sus ciudadanos revoltosos, pero éstos no viven en Battersea Park Road. La especialidad de Battersea Park Road es el cultivo del cerebro, no del crimen. Los ocupantes de estas mansiones son autores, músicos, periodistas, actores y artistas. Un chiquillo podría gobernarlos. No asaltan ni aporrean más que al piano; no roban como no sean ideas; no asesinan a nadie, excepto a Chopin y a Beethoven. Un policía joven y ambicioso no puede valerse de ellos para alcanzar el ascenso.

Ésta es la conclusión a la que llegó Edward Plimmer al cabo de cuarenta y ocho horas de su instalación. Dio a los pisos la clasificación que les correspondía: la de otras tantas capas de intelectual intachabilidad. Y ni siquiera existía la probabilidad de que ocurriera un robo. No hay ladrón que pierda el tiempo robando a los autores. Plimmer tranquilizó su mente con la idea de que el tiempo de permanencia en Battersea debía ser considerado como una especie de vacaciones.

Y no lo sentía del todo. Al principio, incluso encontró sedante el nuevo ambiente. Su última ronda había estado enclavada en el corazón del tempestuoso Whitechapel, donde sus brazos habían llegado a dolerle por el incesante acarreo de tiesos beodos a la Comisaría y sus espinillas se habían revolucionado por las patadas que les propinaron los espíritus altivos impacientes por la sujeción. Además, un sábado por la noche, tres amigos de un caballero a quien estuvo tratando de convencer para que no asesinara a su mujer, se arrojaron sobre él de tal modo que, cuando salió del Hospital, su apariencia, ya de sí poco favorecida, quedó aún más maltrecha por una nariz que parecía la retorcida raíz de un árbol. Todas estas cosas habían desposeído a Whitechapel de su encanto y la claustral paz de Battersea Park Road resultaba consoladora y agradable.

Y luego, en el preciso instante en que la ininterrumpida calma había empezado a perder su atractivo



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