El hechizo by Susie Moloney

El hechizo by Susie Moloney

autor:Susie Moloney [Moloney, Susie]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Intriga, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1997-01-01T05:00:00+00:00


9

Vida permaneció alerta en su escondrijo de la vieja floristería abandonada, hasta que se quedó dormida. Su cuerpo, por mucho que actuara como caja de resonancia de aquella voz, seguía siendo un cuerpo. Después de un día de trepar por verjas, graneros, patios y de recorrer largas distancias a pie por todo el pueblo, estaba cansada y magullada y se había parado como un reloj al que no habían dado cuerda. Sin comida ni bebida su cuerpo había decidido abandonar.

Cuando Vida había llegado al pequeño edificio desde el que se divisaba la casa de Karen Grange, se apostó junto a la ventana a esperar al hombre. Con el paso de las horas, acabó agachándose y apoyando el mentón en el alféizar del que había retirado los restos de cristales rotos. Al hacerlo, se había cortado la mano, pero se limitó a limpiarse la sangre con el vestido sucio que llevaba sin darle mayor importancia. El corte no era muy profundo pero le dolía. Al poco rato, el mentón le resbaló del alféizar y acabó en cuclillas sobre sus doloridos pies, bajo la ventana. Se adormiló, a pesar de la incómoda postura. Cuando su cuerpo se desplomó hacia atrás y fue a chocar con la dura pared, no despertó. Para cuando Karen Grange y el invocador de lluvia discutían sobre penitencias, Vida estaba profundamente dormida.

Al cabo de varias horas, el suelo que estaba pisando empezó a vibrar de forma persistente hasta que la vibración llenó todo su ser. La voz de su interior la sobresaltó, fue un sonido penetrante y agudo que sólo ella percibía. Se llevó las manos a los oídos en un acto de desesperación, pero fue en vano. Desorientada, perdió el control de sus extremidades y los pies parecieron moverse solos, pisó cristales rotos y fue a dar con el trasero en el suelo. Tenía los tobillos tremendamente doloridos, se le habían dormido los pies y, al moverse y recuperar la circulación sanguínea, le pareció que le habían clavado cientos de agujas. Profirió un grito de dolor.

«Calla, calla», se dijo.

Se levantó rígida y dócilmente, pero no dio un paso. Hacía tiempo que la aventura y la diversión habían acabado. La voz era persistente, ya no era una compañera de fatigas sino algo más, un carcelero, un amo. A veces Vida tenía miedo. Notaba que perdía el control de sí misma, que su cuerpo no acababa de pertenecerle, que era como un recipiente, una caja de resonancia.

Oculta en la penumbra del edificio, miró al exterior sin ser vista. Dejó que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad, ya que la única luz existente era la claridad que proyectaba la farola de la calle.

La luna estaba alta y casi llena. Dado el talante de la misión que tenía encomendada, iluminaba lo suficiente.

Una vez del todo despierta, tensó los músculos del cuerpo. Tenía el estómago vacío y contraído por la expectación. El vello de los brazos se le había erizado. Él se aproximaba. Aún no lo veía, pero en la distancia oía el eco de sus pasos lentos y regulares por la carretera, ancha y desierta.



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