El Gremio de los Ladrones by Jeff Crook

El Gremio de los Ladrones by Jeff Crook

autor:Jeff Crook [Crook, Jeff]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2000-12-01T05:00:00+00:00


18

Los dos Caballeros del Lirio que guardaban la puerta del Palacio del Señor, hombre y mujer, se miraron el uno al otro con inquietud. Desde la altura en que se encontraban veían a una mujer, a la que ambos conocían de vista y por referencias, atravesar la Gran Plaza con su larga túnica roja flotando tras de sí mientras caminaba y las manos juntas escondidas bajo las voluminosas mangas. La capucha de la túnica apenas le cubría la coronilla, lo cual más que ocultar su rostro acentuaba sus agraciados rasgos. Algunos mechones de cabello gris se le escapaban de la capucha y le caían profusamente sobre los hombros.

Se dirigía al Palacio del Señor, y los dos caballeros sabían que no había concertado una cita para esa mañana. La mujer echó una mirada a la lista de visitas previstas por si hubieran añadido el nombre de la señora Jenna. Adiós a su última esperanza. Miró a su compañero, que respondió a su mirada de desesperación con una amarga sonrisa. A ninguno de los dos les hacía gracia el inminente encuentro. Se aferraron a sus espadas como si las delgadas hojas de acero pudieran servirles de ayuda. La señora Jenna levantó la vista hacia ellos y advirtió la resolución en sus caras, sin embargo, no redujo la marcha. Llegó al pie de la escalera, donde casi dos meses antes había estado montada la gran plataforma para el festival del Albor Primaveral.

Los caballeros abandonaron el refugio del gran arco de entrada al palacio y salieron a recibir a la gran hechicera a lo alto de la escalera. Ella sonrió pacientemente e hizo intención de pasar entre ellos, pero uno interpuso una mano cubierta de un negro guantelete de malla. La sonrisa se borró del rostro de Jenna. Se detuvo, dio un paso atrás y se alisó la túnica.

De haberse tratado de cualquier otro ciudadano de Palanthas, los caballeros hubieran recurrido a la fuerza, pero por tratarse de Jenna, de la dama Jenna, trataron de mostrarse cordiales.

—Lo siento, señora Jenna —dijo la mujer—, pero no tenéis ninguna cita prevista con el alcalde esta mañana. Seguramente tendrá algún momento libre pasado mañana.

—No he venido a ver al alcalde —respondió Jenna secamente.

—No podemos dejaros entrar —dijo el otro caballero con acento que esperaba sonase como el acero—. Sir Kinsaid no permite visitas informales en el Palacio del Señor.

—Mi visita no tiene en absoluto nada de informal, señor caballero —le soltó Jenna—. Yo voy a donde me viene en gana, cuando me viene en gana y de la forma en que me viene en gana. Yo ya estaba aquí antes de que vos nacierais y seguiré aquí cuando hayáis desaparecido. O me dejáis pasar o llamáis a Arach Jannon para que salga a mi encuentro. A mí me da lo mismo. Y ahora, rápido. Puede que no tengáis otra cosa por hacer que estar de pie ante una puerta con aire de importancia, pero mi tiempo tiene un enorme valor.

—Claro, señora —afirmó su compañera, y partió sin más tardanza.



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