El escriba y la reina by Nae Sirud

El escriba y la reina by Nae Sirud

autor:Nae Sirud
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico, Novela
publicado: 2013-12-31T23:00:00+00:00


—Ah, pero ¿está permitido?

—Sí.

26. El regreso

Por la mañana zarpó Norokoa con sus veinte tripulantes habituales y dos cazadoras. No fue una separación fácil para nadie, pero la expectación de llegar en cuatro o cinco días a Barana y encontrar a su reina hacía resplandecer los rostros de las dos cazadoras y cuantas las despidieron en la playa del norte.

El barco navegó con calma hacia el suroeste, en parte por la dificultad que presentaba un fuerte viento lateral que lo empujaba contínuamente hacia la costa. Las aldeas de los montes del norte estaban enteradas de la expedición, lo comprobaron al pasar cerca de dos de ellas próximas a los acantilados, al ver en las alturas grupos de personas que les saludaban agitando brazos y soplando silbatos.

El ritmo lento no permitió llegar al embarcadero de Benar-Zala hasta ya entrada la tarde. Hicieron una parada breve, y mientras la mayoría descansaba subieron a la ciudad las mujeres y varios hombres, entre ellos Arbades, que se sentía también vinculado a aquel lugar.

—Ojalá un día volvamos definitivamente, y también la reina.

—Yo creo que ella lo desea, Drenoa —dijo Arbades–. Debemos confiar en que un día suceda.

Avanzaron varios horizontes más siguiendo la costa al este, y pasaron la primera noche en el cabo más meridional de la región, al pie de un monte que según recordaba Herómaso, habían visto desde mucha distancia en el viaje de ida. Por la mañana subieron a su cima, y allí conoció el capitan las propiedades de las mirillas orientables sobre un círculo con marcas.

Dos ventajas claras demostró tener el nuevo medidor de desviaciones: La cima del monte tenía un acceso difícil, de manera que Derbaab fue el único en alcanzarla con su aparato, y desde arriba pudo gritar a Arbades la desviación de varios puntos costeros respecto del norte. Cierto que su orientación, que había mejorado, aún no era como la de Herómaso, que parecía tener un sentido innato de su posición.

La segunda ventaja fue que Arbades sólo trazó las desviaciones que consideró principales, pero pudo anotar rápidamente las de otros puntos sin trazarlas, sólo para su comprobación posterior.

Durante el descenso le iba contando Derbaab cómo había tenido que poner límites al trazado de marcas angulares en el círculo de madera por parte de sus colaboradoras en la isla. Había resultado fácil dividir el perímetro circular en doce partes iguales. Después de eso habían intercalado a ojo otras marcas menores —simples puntos– en el centro de cada intervalo.

De esta manera, cuando hacían pruebas sobre el terreno, una de ellas debía decir por ejemplo “tres marcas desde el norte” y él sabía que el rumbo era noreste. Entre los dos rumbos podían indicarle otros dos intermedios, pero ellas le gritaban entonces “dos marcas y media” y así resultaba que le podían indicar otros cinco rumbos diferentes entre el norte y el noreste.

Cuando Derbaab ya anotaba medias marcas, Cadmea le había gritado “a medio camino entre una marca y una y media”. Él se rebeló entonces, y le dijo: —Me basta con las medias marcas, si no, no acabaremos nunca.



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