El ejército de los libres by Benjamín Van Ammers

El ejército de los libres by Benjamín Van Ammers

autor:Benjamín Van Ammers [Van Ammers, Benjamín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2013-09-01T00:00:00+00:00


* * *

—Sesos. Y eso de ahí es un trozo de cráneo con pelo.

El sargento Theim alzó la espada para que todos pudiesen ver el pedazo de cerebro que tenía ensartado en la punta.

—La sangre es fresca y apenas hay moscas. —⁠Zurkugue estaba en cuclillas observando el suelo bañado de manchas oscuras⁠—. Habrán pasado un par de horas, a lo sumo.

—Inspeccionad los alrededores —ordenó Luc Valtier⁠—. Buscad algún cuerpo.

—No habrá ninguno, Luc —respondió el callantiano⁠—. Se los llevan.

—Con cuanta facilidad os decantáis por los disparates —⁠protestó el teniente Bláydering⁠—. No veo nada por aquí que no haya visto centenares de veces.

—En esos árboles hay más sangre —dijo el sargento Theim.

—Eran varios; cuatro o cinco, por lo menos —⁠afirmó Zurkugue⁠—. Las huellas que encontramos atrás pertenecen al único que consiguió escapar.

—Después de matar al resto —insistió Bláydering.

—Pudiera ser, Kurt —respondió el callantiano, que miraba hacia todos lados con recelo⁠—. Pero no lo creo. En cualquier caso, aquí ha estado un individuo con serias dificultades para comprar calzado.

Zurkugue señalaba con el índice una marca sobre la tierra húmeda y rojiza. Un pie descalzo, con cinco dedos del tamaño de un puño. La huella era tan grande que abarcaba lo que cuatro de las suyas. Alrededor podían verse otras, menos nítidas pero de idénticas dimensiones; se entremezclaban con decenas de marcas de botas que parecían insignificantes.

Bláydering tragó saliva y no dijo nada más.

—Los cogió desprevenidos —concluyó el callantiano⁠—. Dado su tamaño no parece fácil de creer, pero todo indica que fue así.

—Son rápidos esos cabrones —intervino el sargento Theim.

Nadie hizo comentarios durante casi un minuto. Los soldados se miraban entre ellos con inquietud; solo algunos se atrevían a fijar la vista en la oquedad que algo de dimensiones colosales había impreso en la tierra.

—¿He de repetirlo, sargento? —dijo finalmente el capitán Valtier⁠—. Quiero que barráis las inmediaciones. Está cerca de aquí y vamos a dar con él.

La mirada confusa del sargento instó al oficial a tomar las riendas de la situación.

Luc Valtier estaba tan turbado como el que más, pero de ningún modo podía manifestarlo. Había sucedido lo que todos temían y las órdenes eran muy claras. Aquella zona del bosque discurría sobre un terreno desigual que conducía a los acantilados; un fárrago de zarzales, rocas y raíces atestado de árboles viejos con ramas gruesas y retorcidas. El peor entorno posible para cazar monstruos.

—Bláydering, Theim y quince hombres, por la izquierda; Zurkugue y el resto, conmigo. Avanzaremos desplegados hacia el sudeste, cubriendo cada palmo de terreno. Que a nadie se le ocurra ir solo, quiero parejas y tríos a no más de veinte pasos de distancia. Piqueros en vanguardia y cubriendo los flancos, ¿está claro?

—Como el agua, señor —respondió el sargento.

—Sí, demonios —farfulló el teniente.

—Mantened contacto visual en todo momento —⁠prosiguió el capitán⁠—. Y el primero que se tope con algo, que toque el maldito cuerno.

Los oficiales organizaron los grupos y la tropa se alineó en una suerte de falange de dos líneas que empezó a internarse entre los árboles en absoluto silencio.

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