El Edén de las Musas by Carmela Díaz

El Edén de las Musas by Carmela Díaz

autor:Carmela Díaz [Díaz, Carmela]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-05-14T16:00:00+00:00


IV

Resurrección

XXV

Dolor agudo. Mareo. Impacto. Palpitaciones. Desorientación. Síncope. Sudores helados, fríos, templados, calientes, ardientes. Taquicardias. Conmoción. Agobio. Miedo. Convulsiones. Emoción. Esperanza. ¿Ilusión? Todo eso y muchas sensaciones más que no se pueden ni describir, por la intensidad, pero también por la incredulidad, me invadieron en los escasos segundos que transcurrieron desde que Paolo pronunció las palabras «Jack Joyce» hasta que yo caí redonda sobre una de las carísimas alfombras persas de El Edén de las Musas. Por la impresión. O por el susto, el espanto, la turbación. Qué sé yo.

O bien estaba alucinando, delirando, desbarrando o había presenciado en directo la aparición de un fantasma, el regreso al mundo de los vivos de un difunto. También podría haber sido que la muerta fuese yo y me encontrara en el cielo; o sencillamente que aquel hombre de aspecto extraordinario, que se encontraba a escasos centímetros de mí, era John. Mi John. John Juárez.

No recuerdo apenas nada más de aquellos instantes en los que dudé de si me enfrentaba a una ensoñación, a una broma macabra, al cumplimiento de mis súplicas y oraciones o a la materialización de mi quimera particular. Desperté a la mañana siguiente en mi habitación, completamente aturdida.

Posiblemente los días previos de nervios, de tensión, el duro trabajo, la presión a la que siempre me sometía por alcanzar la perfección me habían pasado factura y había sido víctima de un vahído descomunal. Durante el transcurso del cual, ya inconsciente o en duermevela, se me había aparecido un John Juárez adulto, con una planta estupenda y una mirada enigmática. Posiblemente si él estuviese todavía entre nosotros, sería exactamente tal y como lo había soñado unas horas antes.

—La bella durmiente al fin abrió los ojos.

La voz de Mary me sacó de mi ensimismamiento. Miré alrededor y también descubrí a Marion, sentada al borde de mi cama. Me desperecé y me incorporé, apoyando la espalda sobre uno de los múltiples cojines de raso que adornaban mi cama.

—Buenos días, chicas. ¡Gracias por cuidarme! ¿Pero qué demonios me ha ocurrido?

—Supongo que el agotamiento, el vaivén y las emociones pudieron contigo. A pesar de tu fortaleza, tu templanza y tu altura, eres frágil físicamente. Apenas superas los cincuenta kilos y comes como un pajarito, y claro, con una temporada tan ajetreada como la que llevas, por algún lado te tenía que afectar —era Mary la que me echaba el rapapolvo. Ella zampaba como una mula, de ahí sus formas rotundas, y siempre me regañaba por mi frugal apetito.

—¿Y El Edén?

—Un éxito sin precedentes —afirmaba Marion—. El Edén de las Musas y tú, cariño. No se habla de otra cosa hoy en los diarios locales y nacionales. Los invitados, y el listón estaban muy altos, completamente entusiasmados por el ambiente y rendidos ante tus encantos, no paran de alabar lo extraordinario del acontecimiento: ninguno de ellos recuerda nada parecido. Casi todos han permanecido cantando y bailando hasta el alba. El club es excepcional en todos los aspectos, glamour puro. ¡Y qué decir de tu actuación junto a Armstrong! Estelar, magnífica.



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