El duelo by Gabriel Rolón

El duelo by Gabriel Rolón

autor:Gabriel Rolón [Rolón, Gabriel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Psicología, Autoayuda
editor: ePubLibre
publicado: 2020-09-30T16:00:00+00:00


Martina decía lo mismo, y de modo brutal me señalaba que tanto en el diván como en el sillón no pensaba dejar de hablar de Melanie. Por primera vez desde el accidente decidí contrariarla.

—¿Cómo está Fabio?

Reacciona como si le molestara mi pregunta.

—Bien, supongo.

—¿Supongo?

—Sí. Al menos sigue con su vida.

—¿Y eso está mal?

—No. Tiene derecho. Después de todo no es él quien perdió una hija.

—Entiendo… ¿Y Joaquín? Porque él si perdió una hija.

Pausa.

—A veces pienso que no se dio cuenta.

—¿Por qué decís eso?

—Porque pareciera que soy la única que comprende que el mundo no volverá a ser el mismo. Él también sigue con su vida. Lleva a Fabio al colegio, lo acompaña a fútbol, continúan con su «salida de hombres»… es como si no hubiera pasado nada.

Cuido mucho el tono de mi siguiente intervención. Contradecir a alguien en un momento de tanta sensibilidad supone un riesgo. Cualquier hecho que lastime la transferencia puede resultar peligroso para el tratamiento.

—A lo mejor te equivocás.

Hace un silencio.

—¿Vos me vas a decir a mí lo que yo siento?

—No. Solo señalo que quizás lo que sentís no es lo que está pasando. Martina, a veces hay una diferencia entro lo que percibimos y lo que de verdad ocurre, y en situaciones tan difíciles como la que atravesás las percepciones no siempre son confiables.

Al reconocer lo complicado del momento que está pasando le devuelvo el protagonismo de la escena. Son sus sentimientos, su dolor y sus percepciones.

—Explicame bien qué querés decir.

—Que tal vez tu marido y vos se estén debiendo una charla. Vos perdiste a tu hija, y si alguien en este mundo puede entender lo que sufrís, me parece que es Joaquín. Siempre hablaste de su nobleza, su sensibilidad y su compromiso como padre. A alguien así no puede no importarle la muerte de un hijo.

—Pero soy yo la que llora, la que va todos los días al cementerio.

Era cierto. Desde que su hija había muerto, Martina la visitaba cada día. Le llevaba una flor y permanecía horas en silencio sentada junto a su tumba. No era lo único que hacía. Antes de dormir se recostaba en la cama de su hija y olía las sábanas y la ropa que permanecía intacta en su placard. Mantenía impecable el uniforme escolar, como si Meli fuera a usarlo el día siguiente. Además, comenzaba cada mañana leyendo los mensajes de texto y mirando algunos videos que ella le había enviado. En ocasiones llegó incluso a responder alguno de esos mensajes.

Martina dedicaba gran parte de su día a comunicarse de esta manera con su hija. Una manera que la sostenía presente a pesar de la ausencia, una manera delirante. Y se enojaba porque Joaquín no compartía esos rituales con ella.

—¿Por qué no viene conmigo a visitarla si tanto la extraña? ¿Por qué no escucha sus mensajes?

—No lo sé. A lo mejor, porque cada persona vive sus dolores como puede y es posible que lo que a vos te hace bien, a él no. —Pausa—. Martina, deberías hablar con tu esposo.

Es un señalamiento preciso, casi una orden.



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