El deslumbrante Kit Godden by Meg Rosoff

El deslumbrante Kit Godden by Meg Rosoff

autor:Meg Rosoff [Rosoff, Meg]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2020-11-11T00:00:00+00:00


Capítulo 15

La boda comenzaba a cobrar forma. Alex estaba feliz con sus murciélagos. Mal estaba obsesionado a todas horas por Hamlet. Tamsin ahora y siempre enamorada de Duke, y Mattie de Kit. A Kit parecía gustarle Mattie. Mamá cosía y papá hacía lo que fuera que hiciese durante todo el día. Todo era predecible y aburrido, como un martes después del lunes.

Y entonces Kit comenzó a mostrarse esquivo.

Alguien que se molestara en dibujar un gráfico comprobaría que la pasión de Mattie continuaba creciendo, como el PNB de la India, mientras Kit se quedaba rezagado, como el de China, que parecía resentirse y descender al final de cada ejercicio fiscal.

Se podría decir que Kit comenzó a pecar de distante.

Esto desencadenó una reacción: Mattie se pasaba gran parte de la mañana haciéndose la encontradiza con Kit sin lograrlo, regresaba a casa para probarse cinco modelos nuevos, todos igual de divinos, pero ninguno válido para compensar la sensación de vacío por no estar con él. Tras elegir uno, se tiraba media hora haciéndose una coleta que parecía informal pero no lo era. Cuando por fin tenía bien el pelo, le parecía que los shorts no conjuntaban; luego los zapatos, entraba como una exhalación en la cocina con deportivas y salía corriendo en chanclas, luego con bailarinas, luego con chanclas de nuevo, como si los zapatos fueran la llave del corazón de Kit y si elegía el par adecuado él la querría como la semana anterior.

Pero el juego de los zapatos no iba con él. Un día no se presentaba a comer o a cenar. Le duele la cabeza, decía Hope. Pobrecito. Mattie no solo se mostraba decepcionada, parecía hundida y gris, como si la hubieran golpeado.

Al día siguiente tenía trabajo que hacer. Y, al otro, se había pasado la noche leyendo y no se levantaba en todo el día.

La noche siguiente, cuando Kit apareció, Mattie lo evitó y se sentó entre Alex y Mal. Pero eso no funcionó porque no había contado con la mirada perpleja, la mirada herida, la mirada de por-qué-me-ignoras, la mirada de haré-que-desconfíes-de-tu-instinto. Esta última la convertía en la clase de chica que dudaba de las señales que su cerebro, moderadamente competente, le enviaba.

A veces lo pillaba mirándome y notaba una sensación de triunfo. Se había cansado de ella, como yo había predicho. Ahora solo me quedaba esperar.

Cuanto más inquieta estaba Mattie, más la mareaba Kit, «olvidándose» de que habían quedado, llegando tarde, dando largos paseos con Mal («¿con Mal?, ¿por qué no me lo ha pedido a mí?») o invitando a alguien a acompañarlos, alguien que no sabía que estaba siendo utilizado, como Alex. Y entonces, justo cuando Mattie se sentía tan enfadada o tan triste como para dejar de preocuparse por ese cabrón narcisista que pasaba de ella, él se presentaba con su sonrisa fatal, los ojos ardientes y su voz grave y aterciopelada, la rodeaba por la cintura, le rozaba el cuello con los labios y le preguntaba: «¿Dónde te habías metido?», cuando era evidente que había estado pegada a él todo el tiempo.



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