El deseo by Sophie Fontanel

El deseo by Sophie Fontanel

autor:Sophie Fontanel
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
publicado: 2012-04-22T22:00:00+00:00


Un 25 de diciembre, yo leía Vuelo nocturno, de Antoine de Saint-Exupéry, en la sala de urgencias del hospital Cochin. Había pisado un alfiler y se había roto dentro de mi pie. Iban a sacármelo. Esperaba, iba por la mitad del libro. El ortopedista entró en mi box acompañado por dos estudiantes, comprobó el emplazamiento del cuerpo extraño, repasó el instrumental en el carro. Llevaba guantes quirúrgicos, le habían llamado para un caso más grave. Preguntó dónde situaba yo mi dolor en una escala de 1 a 10. Dije que en el 2, no quería ser una carga.

La puerta del box estaba abierta. En el pasillo, personas inquietas buscaban a otras. Verificaban quién era yo. Se iban decepcionados. Un auxiliar, tocado con un gorro de Papá Noel, intentaba reconducir a un mendigo a admisiones. «No, no te puedo dar alcohol de noventa grados. No, ni siquiera un trago, amigo.» Le había puesto la palma de la mano en la espalda; cada vez que daba un paso, el cascabel del gorro tintineaba. Una mujer con la cabeza vendada en una camilla arrimada a la pared, a la que acababan de trasladar, tenía sed. La auxiliar, una martiniqueña, decía que era el médico quien debía decidir. La mujer replicaba que ella era una paciente. La auxiliar respondía que los pacientes tenían paciencia y que por eso mismo los reconocían. Un hombre, más lejos, gritaba. Quizá el ortopedista le había hecho algo antes de ocuparse de mí.

En Vuelo nocturno el piloto Fabien está agotado a causa de la tormenta. Las corrientes le crispan los brazos en los mandos. Donde la meteorología anunciaba calma, no encontraba más que un cielo funesto. No se ve el horizonte. El copiloto no cesa de preguntar si es grave. Fabien está solo y cercado por la dificultad. Las nubes se unen. Nunca quiso entrar en lo negro. Es resistente, pero ya no puede más. Un claro en el cielo deja ver las estrellas. Se dice a sí mismo que puede pasar. Y asciende. Se eleva por encima de las nubes.

Por la noche, ya tarde, el ortopedista y dos estudiantes. Era mi turno. Una de las dos chicas comentó a propósito de Vuelo nocturno: «Lo leí en el instituto». Le expliqué que acababa de terminarlo. Que había algo maravilloso: «El piloto escapa a la tormenta». Ella rectificó: «Sí, pero muere». Y yo: «Ah, ¿muere?». No me había dado cuenta. Ella: «Sí, claro, no tiene suficiente carburante para el descenso». Al ortopedista no le gustaba la necrosis en torno al punto de entrada de la aguja. Mi organismo luchaba para expulsar un cuerpo extraño. En cuanto al hecho concreto de no tolerar ninguna intrusión, podía confiar en mi metabolismo. Me llevaron al quirófano. El anestesista se excusó por anticipado: los pinchazos en los pies no son agradables. Pese a sus veintitrés horas de guardia, mi respuesta le hizo gracia: «Saldrá bien, soy muy idealista».



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