El delirio de Rembrandt by Jörg Kastner

El delirio de Rembrandt by Jörg Kastner

autor:Jörg Kastner
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga, Novela
publicado: 2005-12-31T23:00:00+00:00


Capítulo 15

El secreto de Rembrandt

23 DE SEPTIEMBRE DE 1669

-E

ncontramos a Cornelia en la cocina. A pesar de la temprana hora, ya estaba vestida. No, no ya, sino aún. A juzgar por las acentuadas ojeras que cercaban sus ojos, tampoco ella había dormido esa noche. La preocupación por su padre le ensombrecía el semblante, que apenas se alegró al verme. Reprimí el deseo de acercarme a ella y estrecharla entre mis brazos para consolarla. Algo en sus ojos me lo impidió. Aquella noche yo debía haberme encontrado en casa con ella, y ahora era demasiado tarde.

—Tienes mal aspecto, Cornelis —afirmó en voz queda—. ¿Qué te ha sucedido?

—Bastantes cosas, y ninguna agradable. Pero ya hablaremos más tarde de eso. Prefiero que me cuentes lo de tu padre.

—Nadie sabe nada. Ha desaparecido sin dejar rastro desde que salió corriendo en plena noche.

—¿Por qué salió corriendo? ¿Acaso no dijo nada?

—¿Decir? No paraba de gritarlo: quería ir con Titus.

—A la Westerkerk, pues. ¿Fuisteis allí?

—Naturalmente. Rebekka y yo lo estuvimos buscando en la Westerkerk, pero no lo encontramos. A decir verdad, tampoco lo esperaba.

En lugar de contarme toda la historia, Cornelia apretó los labios y se sentó a la mesa en un esfuerzo por no perder la serenidad.

Consoladora, Rebekka acarició maternalmente el cabello de Cornelia y aclaró:

—El señor creía haber visto a Titus en la calle.

—¿En la calle? —repetí, incapaz de desentrañar el sentido de semejante confidencia.

—Sí, aquí mismo, ante la casa —continuó el ama de llaves—. Por eso se puso a dar vueltas por las habitaciones gritando y luego se lanzó a la noche antes de que acertáramos a comprender lo que pasaba. Cuando nos pusimos lo primero que encontramos y lo seguimos afuera, ya había desaparecido.

Me rasqué la cabeza, perplejo, cosa que dejé de hacer en el acto al notar la herida.

—¿A qué se referiría con lo de Titus en la calle? ¿Quizá yacía allí el cadáver de su hijo?

—Yacer no es la palabra, sino ir —repuso Cornelia—. Al menos eso fue lo que dedujimos de los gritos de padre: Titus iba por la calle y lo saludó.

Mi incrédula mirada iba de la joven a la anciana.

—¿Seguro que no había bebido nada?

—Un vaso de cerveza con la cena, nada más —aseguró Cornelia.

En ese momento también yo agarré una silla y me senté a la mesa. Había pasado una noche verdaderamente horrible, pero ahora veía que a Cornelia no le había ido mejor en las últimas horas.

Rememoré la pesadilla en la que se me apareció el rostro risueño de Rembrandt. Al oír lo que le había ocurrido al viejo pintor aquella noche, el sueño cobraba una nueva dimensión. ¿Habían tratado de advertirme aquellas ensoñaciones de que algo insólito le estaba ocurriendo a Rembrandt esa noche? Un secreto envolvía al maestro, pero por más que lo intentaba, no parecía ser capaz de desvelarlo.

La cabeza me martilleaba, y me costaba pensar con claridad. Un cansancio casi insuperable se apoderó de mí, pero hice un esfuerzo Y dije:

—Debes informar a las autoridades de su desaparición, por si lo encuentran en alguna parte.



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