El décimo círculo by Verónica Cervilla

El décimo círculo by Verónica Cervilla

autor:Verónica Cervilla [Cervilla, Verónica]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2024-02-08T00:00:00+00:00


* * *

A pesar de la insistencia de Uri en llevarla, tuvo que rechazar la propuesta. La pelea le había provocado ganas de caminar sola con sus pensamientos. Agradeció el aire frío que le despejaba las ideas y la obligación de prestar atención a la realidad tangible, como el color de los semáforos antes de cruzar. Incapaz de sacarse el nombre del desconocido Santos de la cabeza, no lograba entender qué se había apoderado de ella. ¿Fue la crueldad con la que Bruno había hurgado en una evidente herida, o tal vez el despiadado golpe final de aquel «supéralo»? Miguel era una bomba a punto de estallar; podía escuchar el leve tictac cada vez más acelerado. ¿Y la suya? ¿Cuándo estallaría?

Su memoria actuaba de forma selectiva: a menudo olvidaba las teorías aprendidas como un papagayo en cuanto firmaba un examen; sin embargo, recordaba extractos de novelas y poemas que se le habían incrustado en la piel, igual que una melodía activaba imágenes olvidadas. Conocía bien aquella cita. Pertenecía a san Agustín de Hipona, no sabía nada más. Se la había oído cantar a Alberto, al ritmo de los acordes de su melancólica guitarra, en las cálidas noches de verano en la playa, cuando se ponían filosóficos, desinhibidos por el exceso de alcohol y, como ella no bebía, solía ser la única que lo recordaba todo.

En aquel momento se arrepintió de no haber elegido adormilar sus neuronas, igual que todos los demás.

Llegó a su habitación impulsada por una fuerza invisible que dictaba sus acciones. Abrió el portátil y tecleó la frase que no dejaba de parpadearle en las sienes, en la punta de los dedos, en la boca del estómago: «La muerte no es nada, solo he pasado a la habitación de al lado». El buscador la ubicó en décimas de segundo. Al principio se la atribuía al poeta Charles Péguy, pero ella sabía que no era cierto. Elena se burlaba a menudo de las mezclas que Alberto hacía entre religión y filosofía cuando le convenía, y de ahí había surgido el reto de demostrar que no eran incompatibles. También solía mencionar a santa Teresa, lo que le había dado una nota alta en la asignatura de Antropología de la religión. El poema se había atribuido por error a Péguy, aunque tirando del hilo llegó hasta Henry Scott, que había escuchado un sermón de san Agustín.

Abrió en otra pestaña el texto al completo y respiró hondo antes de leerlo en la penumbra de su habitación.

Que mi nombre sea pronunciado como

siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna

clase, sin señal de sombra.

La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.

¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente?

¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista?

Os espero; no estoy lejos, solo al otro lado

del camino.

¿Veis? Todo está bien.



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