El cuaderno de Forster by Pedro Crespo

El cuaderno de Forster by Pedro Crespo

autor:Pedro Crespo [Crespo, Pedro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1990-01-01T00:00:00+00:00


I

Esperé, mientras comía un plato combinado, tortilla y filete con algo de ensalada, a que el sol se pusiera. Tomé el coche entonces y llegué a La Moraleja. Me aposté junto al arco de salida, temiendo que se fuese directamente, por la parte de abajo. Esperé veinte minutos y la vi pasar, en el Porsche cabrio, con la capota puesta. Sola. Deseaba que me hubiese hecho caso, que se mantuviese lo más al margen posible. Así, egoístamente, yo tendría ocho semanas para seguir con mi viaje. Con mi regreso al pasado. Actuaría ahora de forma más sutil. Lo hecho, hecho estaba. Pero ahora pensaría dos veces antes de actuar. Estudiaría aquella familia, que a lo mejor era la mía. Tenía tiempo o, cuando menos, creía tenerlo. Me tomaría unos días. Mi camino, a una Ítaca desconocida, era muy rápido, aunque yo no estuviese ciego como Homero, más bien un Ulises sin astucia, que andaba tanteando torpemente, buscando identificarse en los ojos de los demás.

Como datos objetivos sólo podía contar que Almudena no me reconoció, aunque admitiese por teléfono haber dudado. Nada me había impresionado, nada había activado los dormidos mecanismos de mis recuerdos. Una cosa era adivinar, intuir, y otra muy diferente recordar, saber. Que hubiera engordado, o que siendo Oscar no llevase jamás cartera de bolsillo, pluma, tabaco, ni siquiera un pañuelo en la chaqueta, era una cuestión menor. Sólo el san bernardo pareció conocerme. Y estaba lo del lunar, que tampoco era una gran pista. Sabía que mi cuerpo estaba sembrado de lunares, en los brazos, en las piernas, en el pecho. Ninguno en una zona que pudiera considerar singular, y ninguno con alguna forma o dimensión recordable.

«Cada uno de nuestros sentimientos, impresiones o movimientos deja una cierta huella, un rastro que se conserva durante un tiempo prolongado y, al producirse las condiciones adecuadas, se manifiesta de nuevo, convirtiéndose en materia de conciencia.» La definición era de Maurice, o al menos yo se la había escuchado a Maurice, cuando empezamos a trabajar en la habitación blanca, concluido el primer período de exámenes y pruebas clínicas. Debía rastrear en mis sentimientos, en mis impresiones, en mis movimientos, para encontrar el sendero de comunicación con el ayer. Sabía ahora, por ejemplo, que me gustaba fumar. Estaba aprendiendo que prefería el pescado a la carne, el vino a la cerveza, el vino tinto al vino blanco. Que no me gustaba volar, que prefería viajar en coche, por carretera. Y muy poco más. Conocía generalidades. De Literatura, de Geografía, de Historia y de Política. Hablaba indistintamente francés o español. Conocía París y conocía Madrid. Y mis señales de ruta conducían directamente a España, a Madrid, a la zona norte. No había llegado a saber prácticamente nada de los gustos y las preferencias de Aliaga. Ni siquiera si fumaba. Únicamente los datos del dosier, su vida viajera.

En el saloncito donde encontré a Almudena había dos estanterías. Con libros en francés y en español, y alguno en inglés. Proust, Celine, Camus y Cela, Delibes, Torrente, Galdós, y Mario Puzo, y La Capria, y Moravia.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.