El cocinero del diablo by Ellery Queen & Fletcher Flora

El cocinero del diablo by Ellery Queen & Fletcher Flora

autor:Ellery Queen & Fletcher Flora
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga, Policial
publicado: 1931-01-01T00:00:00+00:00


13

La antigua casa parecía haberse retirado hacia las profundidades y la oscuridad para custodiar medio siglo de secretos. La avenida de su jardín resultaba áspera al pie, y las grietas existentes entre los ladrillos rotos todavía dejaban entrever el musgo amarillento y la hierba del verano anterior. El capitán Bartholdi, que precedió al coche de Jay y Farley a través del tráfico del centro, también les adelantó por el sendero que conducía a la casa. Subió al porche y llamó a la puerta, lo cual le pareció a Jay un absurdo hasta que comprendió que la casa se hallaba en manos de la policía. La puerta giró sobre sí misma con un chirrido clásico, y los tres pasaron al interior. Bartholdi siempre delante.

—Hola, Brady —exclamó— ¿alguna novedad?

—Mucho frío —gruñó el agente, que era una sombra apenas distinguible—. Daría una pierna por un cuartillo de café caliente.

—A medianoche te relevarán. Supongo que no ha venido nadie a rondar por aquí.

—Ni un alma, viva o muerta. Claro que he pensado en los fantasmas.

—Estos caballeros son el profesor Miles y el señor Moran. Echaremos un vistazo arriba.

—Está bien. Pero vigilen los peldaños. Hay un par de sitios peligrosos.

—Bartholdi encendió una linterna, manteniéndola apuntada. Jay le siguió, Farley siguió a Jay y los tres treparon en fila india al segundo piso, donde Bartholdi abrió la primera puerta de la derecha. Jay, a su lado, hubiera jurado que de la habitación salía una corriente de aire helado, aunque comprendió que se trataba sólo de un engaño de su imaginación.

—Ésta es la estancia —anunció Bartholdi— donde los chicos encontraron el cuerpo.

Paseó la luz por el suelo y las paredes. No> había nada, salvo una capa de polvo en el suelo, pisoteada en un rincón, donde el capitán mantuvo la luz durante un minuto. Era el lugar donde estuviera el cadáver. En las paredes, sólo se veía el papel con un dibujo de rosas descoloridas, un poco más brillante en un sitio rectangular, donde debió colgar un cuadro.

Bartholdi cerró la puerta. El trío regresó al pasillo, manteniéndose todos cerca de la luz arrojada por la linterna.

—¿Lo ves, Jay? —preguntó el capitán, aprovechándose del permiso concedido por el profesor para tutearle, sin el menor esfuerzo—. Sin trucos. Sin psicología.

—¿Puede decirme entonces por qué me ha traído aquí?

—¿No has estado jamás en esta casa?

—No me acuerdo en absoluto.

—¿Y tu esposa?

—No lo sé, pero lo considero muy improbable.

—¿Jamás mencionó un lugar que pudiese ser, ahora que lo has visto, éste?

—No, a mí no al menos.

Guardaron silencio, con los pies inmóviles sobre el cono de la luz, como un reducto contra la helada oscuridad circundante. El frío atería sus cuerpos. La voz de Jay, cuando por fin habló, fue intensa y dura, casi gutural.

—¿Quién pudo hacerlo? ¿Quién?

—Esto es lo que descubriremos.

—Pero ¿por qué matarla? Si la secuestraron, era mejor dejarla vivir, al menos hasta recibir el rescate.

—Esto depende del punto de vista. Una víctima muerta no puede identificar a nadie.

—¡Sea quien sea, tenemos que descubrirlo!

—Lo descubriremos. Por lo menos, ya tenemos el anuncio.



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