El catolicismo explicado a las ovejas by Juan Eslava Galán

El catolicismo explicado a las ovejas by Juan Eslava Galán

autor:Juan Eslava Galán [Eslava Galán, Juan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Espiritualidad
editor: ePubLibre
publicado: 2008-12-31T16:00:00+00:00


Bula de Cruzado que el Papa concedía a los españoles y dispensaba de ayunos y abstinencias. Se compraba en las parroquias hasta que el Vaticano II la abolió.

En la Edad Media, la Iglesia comenzó a emitir indulgencias para financiarse, «en el mejor de los casos, la construcción de edificios religiosos […], en el peor de los casos, alimentar el tren de vida de prelados indelicados[492]».

En 1506, el Papa concedió una generosa indulgencia para recaudar dinero con destino a la construcción de la basílica de San Pedro y ello provocó la egoísta y desmedida reacción del monje agustino Martín Lutero que acarreó la reforma protestante.

Lutero atacó las indulgencias pontificias en sus famosas noventa y cinco tesis contra las indulgencias, clavadas como un pasquín en la puerta de la iglesia de Wittenberg[493].

Lutero cuestionó el Purgatorio y acusó a la Iglesia de fomentar el miedo a esas penas de las que casi nadie se libraba. Sólo los santos iban derechos al Cielo, y eso moviendo influencias. Los comunes mortales pasábamos una temporada más o menos larga en el Purgatorio. Para Lutero, solamente Dios puede salvar a los pecadores. El rebelde agustino rechaza las indulgencias que redimen a las almas del Purgatorio (tesis 8-29) y las de los vivos que las acumulaban como una cuenta de ahorro para acortar el tiempo de Purgatorio cuando mueran (tesis 30-68[494]).

Resultado: acojonados por las descripciones del Purgatorio que les hacían los predicadores y los decoradores de las iglesias, los crédulos (o creyentes, como también se denominan), desollaban las paredes de sus hogares y dilapidaban sus haciendas para comprarle el perdón a la Iglesia («lo que atares en la Tierra será atado en el Cielo» (Mt. 16, 19)). Lo que fuera con tal de librarse de la condena.

Eso es humano (incluso es divino). ¿Qué hay de malo en ello?

¿A quién perjudicas entregando a la Iglesia el fruto de tu trabajo, del sudor de tu frente?

Dios ve con simpatía las ofrendas que sus criaturas le brindan de corazón. A Él, afortunadamente, no le falta de nada, que es un espíritu puro y con poco se apaña, dada además su condición de omnipotente, pero su Iglesia, su vicario en la Tierra, tienen perentorias necesidades. Dios ve con buenos ojos que mantengamos a su Iglesia, que llenemos de oro y mármoles los templos, que cuajemos de broches, brillantes y encajes los leños tallados en forma de Virgen, que reputados orfebres cincelen custodias del Corpus de metales preciosos…

El taimado Lutero no veía nada de eso. Estaba obcecado. Creía que el arrepentimiento basta para redimir las penas, sin dinero por medio. Cuando ya era demasiado tarde y media cristiandad se había pasado a los protestantes siguiendo al mal pastor que la conducía por la senda de la perdición, la Iglesia reaccionó y limitó la venta de indulgencias. En el Concilio de Trento se puso un poco de orden, pero el daño estaba hecho y ya ven ustedes el resultado: un cisma más dentro de la Iglesia que debería ser una, un solo rebaño con un solo pastor, y no este esturreo de ovejas que se observa y que tan mal ejemplo da a los infieles.



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