El castillo de los diamantes by Gustave Le Rouge

El castillo de los diamantes by Gustave Le Rouge

autor:Gustave Le Rouge [Le Rouge, Gustave]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1912-01-01T00:00:00+00:00


V

DURANTE LA TEMPESTAD

Baruch Jorgell era de una naturaleza casi salvaje, para quien los escrúpulos y los remordimientos duraban apenas. En cuanto se halló en la playa, invadida por la marea empujada por un furioso vendaval del oeste, respiró a sus anchas. La lluvia que empezaba a caer le procuró un verdadero alivio, refrescando su frente abrasada por la fiebre.

—¡Todo lo que he pasado hasta ahora, todo lo que me ha ocurrido durante mi vida, no es nada en comparación de esto! —exclamó—. ¡Todo ha sido una pesadilla! ¡Quiero olvidarlo todo!… ¡no acordarme jamás! ¡Ahora soy rico! ¡Ahora la vida me será fácil! ¡A vivir!

Y, triunfalmente, levantó el saco de mano que contenía la fortuna adquirida a costa de un crimen. ¡Una fortuna manchada de sangre!

Atravesando la playa en dirección opuesta a la villa del naturalista, escaló la colina por un sendero de muy difícil pendiente. Al cabo de andar media hora llegó a una cabaña de pescadores, cuyas paredes eran de granito y arcilla, con el techo de rastrojo, cerca de la cual, en una pequeña ensenada, se balanceaban dos o tres barcas mecidas por las olas.

La lluvia se había convertido en un verdadero diluvio. El cielo se cubría de espesas nubes negras con franjas plateadas, parecidas a paños mortuorios arrastrados por el soplo furioso del huracán. Baruch, a pesar de su energía, experimentó cierto malestar.

Le zumbaban los oídos, le parecía oír pasos detrás de él, y andaba cada vez más aprisa, pareciéndole cada vez más insoportable el silbar del viento.

Se tranquilizó algo al distinguir la vacilante luz que brillaba a través de las ventanas de la casita.

Llamó a la puerta con la mano.

—¡Hola! ¡tío Ivón!… ¿Está usted ahí?

La puerta se abrió con cautela. Ivón, el mismo que había ido a pedir a Bondonnat que salvara sus cosechas por medio de sus para-granizos, apareció en el portal, iluminado por el reflejo de un quinqué de petróleo.

—Buenas noches tenga usted, señor Jorgell —murmuró.

Baruch, sin responder al saludo del viejo, penetró en la cabaña y fue a sentarse, fatigado y chorreando agua, en un escabel, frente al hogar de la chimenea, con el precioso saco de mano entre las piernas.

Había logrado dominar su agitación y pudo decir con voz tranquila:

—Hoy hace muy mal tiempo, mi querido Ivón ¡Si yo hubiera sabido que hacía un tiempo semejante, hubiera dejado mi viaje para otro día!

—El señor, sin duda, quiere bromear —dijo el viejo, guiñando el ojo con malicia—. ¡No se puede pedir un tiempo más a propósito para realizar una partida de contrabando! Podremos llegar a Jersey antes de que amanezca, siempre que el viento no varíe.

Baruch fingió conformarse, corno el que no tiene más remedio que resignarse a los hechos.

—¡Bueno! ¡Tanto peor! —declaró—. ¡Puesto que el vino está en el vaso, como dicen en Francia, no hay más remedio que beberlo! ¿Tiene usted la barca preparada?

—Sí. ¡Todo está a punto!

Baruch Jorgell ya había hecho dos o tres veces el viaje a Jersey en compañía de Ivón, guardando, por supuesto, el mayor secreto. Había



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.