El castillo de Eppstein by Alejandro Dumas

El castillo de Eppstein by Alejandro Dumas

autor:Alejandro Dumas
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástico, Terror
publicado: 1843-01-01T00:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

I

Como Everard mostró su disposición a acoger a aquel hombre en la cabaña del guardabosque, éste se apresuró a aceptar su ofrecimiento.

—Lo único —añadió—, es que no me gustaría ver al viejo Gaspar hasta que Jonathas esté de regreso. Así, al tiempo que la presencia de su nieta será la realización de uno de sus deseos, yo me comprometo a cumplir con el otro.

El desconocido viajero hacía gala de tanta confianza y autoridad que Everard no se opuso en nada a sus deseos y, aunque pensativo, ambos se pusieron en marcha hacia la choza. A medida que se aproximaban al lugar, el hombre andaba más despacio y daba la impresión de que tenía dificultades para respirar, como si una emoción muy particular le oprimiese el pecho. Cuando se encontró frente a la casa, cubierta por el verdor de la parra, se detuvo de pronto sin poder dar un paso más. Everard le miraba con sorpresa, pero no se atrevió a preguntarle nada. El extraño se repuso, entró en la cabaña y se dejó conducir por su joven amigo hasta una estancia alejada de aquélla donde se encontraba el enfermo. Allí pasó todo el día, dedicado a descansar y a escribir cartas. Cuando llegó la noche, tan transparente y clara como la del día anterior, pidió a Everard, que había ido a verle, que le llevara hasta el castillo. El muchacho tenía llave de una de las portezuelas del parque y, como ya hemos señalado, los dos o tres sirvientes que el conde Maximiliano había dejado en Eppstein ni se extrañaban ni se preocupaban de si aparecía o no por allí el hijo de su señor. Everard, pues, pudo satisfacer los deseos del desconocido y le introdujo en la antigua mansión de su familia.

En primer lugar, el muchacho y el hombre atravesaron el jardín. Y allí comenzaron las sorpresas para Everard. El parque parecía traer miles de recuerdos a su acompañante, que se detenía ante cada arbusto o ante cada grupo de árboles. Al pasar por delante de un cenador, se sentó en un banco y cogió una rama de madreselva, que se llevó a la boca. Del jardín, pasaron al castillo, donde nada había cambiado desde el fallecimiento de Albina. El desconocido se fue directamente hasta el oratorio, una capilla tan sólo iluminada por un rayo de luna que atravesaba los vitrales coloreados y que daba de lleno en un reclinatorio de terciopelo, donde había una Biblia aún abierta por la última página que había leído la difunta. El hombre se puso de rodillas, posó su frente sobre el santo libro y rezó con recogimiento.

Everard permanecía de pie, a la puerta, y contemplaba a aquel hombre a quien no había visto nunca antes y, para quien, cada objeto parecía traerle algún recuerdo. Tras rezar durante un cuarto de hora, el desconocido se puso en pie, y ya no era Everard quien le guiaba por el castillo, sino que el extraño le llevaba a él. Se dirigió, en primer lugar, al gran salón; a continuación, fue hacia la estancia familiar, a la cámara roja.



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